Hay lugares donde la devoción rompe las barreras de lo humano para abrazar a lo divino, a lo que cura, salva y cambia la vida para siempre. La plaza de Jesús del barrio de las Letras acrisola un hogar que, año tras año, irradia una luz que ni el paso el tiempo, ni el peso del cansancio, pueden disipar. Esta mañana, a la hora en que el Ángelus anunciaba a María, el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, visitaba la basílica del Cristo de Medinaceli: refugio sagrado de misericordia que, cada primer viernes de marzo, recibe a más de medio millón de fieles.
El Cristo de la alegría
El prelado, en una iglesia abarrotada de fieles que esperaban besar el pie del Cristo que preside el templo, ha celebrado una Eucaristía en esta casa de los padres capuchinos, donde ha confirmado que «contemplar esta imagen», de alguna manera, «nos remite a todos nosotros a descubrir y a ver que la dignidad del ser humano, la máxima dignidad, es la que nos ha regalado Jesucristo». Así, «los derechos humanos fundamentales, reconocidos por los pueblos civilizados, nos los muestra con su vida Jesucristo». Él, «cuando lo visitamos aquí, nos hace ver quienes somos, es la alegría cuando estamos en presencia del Señor». Con la imagen del Cristo de Medinaceli, ha señalado, «celebramos en nombre del Señor y celebramos, también, nuestro nombre: hijos de Dios, hermanos de todos los hombres».
Tras escuchar la Palabra de Dios, el arzobispo ha animado a los fieles a «quedarse» con tres palabras: «se nos da un regalo, contemplamos un rostro y el Seños nos regala una tarea».
Dios nos ha hecho el regalo más grande
Ante la presencia del Cristo de Medinaceli, ha señalado, «le decimos al Señor gracias por tu regalo, nos has dado tu vida, la tenemos por ser bautizados; tenemos tu vida en nosotros, tenemos una manera de ser y de comportarnos». Además, «Tú eres el pastor que nos cuidas, nos amas, nos escuchas y nos atiendes; eres, Señor, el Buen Pastor, el que nos has hecho el regalo más grande, tu vida y el saber que somos hijos de Dios, que la máxima dignidad del ser humano está en que es imagen y semejanza de Dios, que la dignidad del ser humano no la puede robar nadie». De esta manera, ha continuado, «cuando se roba la dignidad del ser humano, maltratándola, echándole fuego, olvidándome de cualquiera, haciendo que algunos sean indiferentes para mí, descartando a muchos, yo no estoy viviendo la dignidad que Tú me das, Señor».
Por eso, ha aseverado que el regalo para nosotros es que «el Señor nos pide que no dejemos que nadie robe la dignidad del ser humano», que «se expresa en ser imagen de Dios, que nadie en este mundo puede estar estropeado y romperse, es hijo de Dios, imagen de Dios, y todos nosotros tenemos que defender esa dignidad de todos, de las que más lo necesitan, de los que más rotos están».
Un corazón que ama incondicionalmente
«Con sus ojos y con su expresión», el Cristo de Medinaceli nos «está diciendo que Él ha venido para enseñarnos algo importante, algo esencial, y que, además, no nos lo impone, nos lo regala. Nos ha dado su vida, su amor, su entrega, su servicio, su fidelidad; nunca nos abandona», ha asegurado el arzobispo. En este Año de la Misericordia, además, «descubrimos a un Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, que abraza a todos los hombres, sin excepción». «Naturalmente, cuando este Dios abraza, uno no puede quedar indiferente, uno no puede seguir haciendo lo que venia haciendo, si es que estaba haciendo alguna cosa mal, uno no puede descartar a nadie».
«Contemplemos ese rostro: Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, nos ha llevado a su Reino, un reino de amor, verdad, vida, justicia», ha añadido; Él «es imagen de Dios, nos ha presentado quién es Dios, lo hemos visto, ha paseado por este mundo, ha estado con nosotros y ha estado conviviendo con nosotros» porque «se hizo hombre».
«Él viene a reconciliar, no a dividir, romper o enfrentarnos; todo aquel que quiera enfrentar a los hombres, no es de Dios, no puede ser de Dios», porque «el Señor ha venido a este mundo para regalarnos su corazón, un corazón en el que entran todos los hombres, que ama incondicionalmente».
Esta tierra necesita de Jesucristo
Dios «nos entrega una tarea, una misión: la violencia no se quita con la violencia, el mal no se quita haciendo más mal, se quita con amor, con entrega». Esta tierra, ha dicho, «necesita de Jesucristo; este mundo en el que vivimos necesita de Jesucristo, quiera o no». Cristo «nos enseña una manera de vivir y de convivir, nos regala, sobre la violencia, que entreguemos el amor, que demos la entrega». Así, recordando las palabras del Evangelio, ha hecho alusión a los malhechores que acompañaban a Jesús en la cruz: «¡Qué bien lo entendió aquel que, cuando escuchó al otro decirle al Señor: ?¿pero tú no eres el Mesías?, sálvate a ti mismo y salvamos a nosotros?, respondió: ?no digas eso, teme a Dios, nosotros estamos aquí crucificados justamente, hemos hecho mal, pero este no ha hecho nada malo, ha dado su vida por amor?». Por eso, «aquel malhechor le dijo: ?Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino?».
«Acuérdate de mí y dame tu corazón»
De esta manera, el arzobispo de Madrid ha animado a todos a decirle al Señor: «Jesús, acuérdate de cada uno de nosotros, regálanos la experiencia de tu amor, de tu entrega, regálanos la manera de mirar que Tú tuviste a todos los hombres, regálanos la fuerza de tu amor para transformar este mundo». Acojamos al Señor, ha implorado, «dejemos que entre en nuestro corazón». Finalmente, mirando al Cristo de Medinaceli y en un gesto de ternura, ha animado a los fieles a la misión importante de Jesús: «hace falta ser humildes, como aquel malhechor: acuérdate de mí y dame tu corazón».