El día 22 de mayo la Iglesia Diocesana de Córdoba celebra la Pascua del Enfermo, junto a todas las Iglesias particulares de España. La pastoral de la Salud ofrece con la Jornada Mundial del Enfermo, un momento para mirarnos, aliviar el dolor y rezar juntos para que sepamos ver en la enfermedad una posibilidad de encuentro con el Señor, una razón. Este año “Acompañar en el sufrimiento” da nombre a esta convivencia propuesta que es mano tendida, comprensión y apoyo. Olga Moyano es una mujer que conoce la enfermedad y decide abrazarla. Un testimonio de amor a la vida

¿Cómo recibiste la noticia de que estabas enferma?

La noticia de mi enfermedad la recibí en dos fases; la primera la recibí porque tuve una hemorragia muy grande y mi ginecólogo al ver que no era posible contenerlo me dijo por teléfono y siempre inspirado por el Espíritu Santo, que gracias a Dios he notado siempre su presencia en mi vida, que me fuera al hospital, donde estuve toda la tarde esperando los resultados de una analítica muy extensa que me hicieron y cuando me llamó la hematóloga de guardia me comunicó que tenía una enfermedad en la sangre, que tenían que determinar el tipo que era y que allí no podían hacerlo. Con una carta de recomendación me tenía que ir directamente a Reina Sofía. Nos recibieron dos hematólogos y nos dijeron que me tenía que quedar ingresada en una cámara de aislamiento para determinar el tipo de enfermedad que tenía. Me pidieron que avisara a toda mi familia porque la situación era grave. Al día siguiente, mi tío Julián, que es médico y uno de los ángeles de la guarda que el Señor pone en mi camino, junto con el hematólogo me comunicó que tenía leucemia, que el tipo que tenía era muy agresivo porque era la leucemia que normalmente ataca a los niños y que en adultos era más virulento.

Pregunté si tenía posibilidades de vivir y me dijeron que si pero que iba a ser muy difícil y le dije que lucharíamos con la ayuda de Dios. Y eso hicimos.

¿Cómo te enfrentaste a esa situación?

Tengo que dar tantas gracias a Dios, porque es verdad que tuve una cruz pero el Señor me dio las armas más que suficientes para poder llevarla. Me dio una familia excepcional, unida y que siempre nos hemos querido muchísimo. Unos amigos maravillosos. Y sobre todo me dio la fe, que era lo que me llenaba de fuerza y de confianza, me daba esperanza y me ayudó a cargar la cruz de mi enfermedad dándole sentido al sufrimiento. Me hizo ser muy consciente de todo lo bueno que me había regalado hasta ese momento. Era consciente de lo afortunada que era al recibir tanto amor de Él y de todos los que me rodeaban. Tuve la enorme suerte de tener al pie de la cruz a una madre de una calidad humana y cristiana impresionante, amigos, a mi marido entonces, mis hermanas, mi padre. El Señor me mandó algo muy duro pero muy bien acompañado.

¿Cómo cambió tu vida desde ese momento?

Mi vida cambió radical, tenía veintinueve años, estaba recién casada, pensando en formar una familia porque ya llevaba un año estable en el trabajo que tanto me había costado alcanzar, lo tenía todo y quizá en ese momento es cuando más alejada estaba del Señor, he estado siempre muy cerquita de Él porque la enfermedad me ha acercado a Él. De pequeña también estuve enferma, nací con una enfermedad congénita en los riñones que se solucionó cuando tenía catorce años. Esto hizo que desde mi niñez me sintiese muy agradecida y fuese consciente de que me había curado por Él. Siempre había estado cerca de Él, con catequesis, voluntariado, pero cuando fue pasando el tiempo y me fui centrando en mis objetivos personales me fui separando un poco.

De repente llegó aquella noticia que cortó mi vida de raíz. Cuando ves que lo pierdes todo a la vez ves que lo tienes todo en Él.

Además de la asistencia médica ¿qué necesitaste durante la enfermedad?

En primer lugar, para salvar mi cuerpo, necesité el equipo médico para el que no tengo palabras. Estará eternamente agradecida al equipo médico de hematología de Reina Sofía, que parece que el Señor los ha elegido a cada uno de ellos. La calidad que tienen, el trato con el enfermo y el cariño se escapa a lo que yo pueda expresar con palabras. Ellos me salvaron mi cuerpo pero mi alma se hubiera perdido si no hubiera estado cerca de Dios. En el hospital le preguntaba a mi madre: ¿cómo pueden vivir las personas esta situación sin fe?. La fe te consuela, te da esperanza, te da respuestas y te ayuda a aceptar la situación. Me costaba mucho pensar cómo se puede vivir una situación así sin fe. Yo le decía a mi madre: mamá si yo me voy tú no llores porque voy a estar mucho mejor, me está esperando el Señor, juego con red, si me caigo me está esperando Él con los brazos abiertos.

Vivir una situación así te da esperanza a ti y a tu familia y te hace realmente vivir la enfermedad incluso desde un poco de alegría. Es una prueba muy dura pero de esa prueba tan dura salieron tantas cosas buenas, hubo tanto bueno dentro de tanta enfermedad que pudimos ver la cantidad de gente que nos quería, hubo incluso personas que estaban lejos del Señor y se acercaron. Fue una experiencia durísima, de muchos años que se prolongó en el tiempo más de lo que esperábamos todos, pero tengo que dar un mensaje de esperanza porque es una enfermedad en la que se ha avanzado muchísimo que cada vez tiene una mayor expectativa de vida, pero no deja de ser una situación muy difícil de mucho desgaste que sin el Señor yo estoy convencida que no hubiera podido superar.

¿Qué papel crees que tiene la Pastoral de la Salud con los enfermos y familiares?

Para mí fue determinante porque alimentaba mi alma el sacerdote que venía todos los días a darme la comunión. Para mí era vital que el Señor entrara todos los días por la puerta. Mi madre que era la que más horas de ingreso paraba conmigo también se sintió muy arropada por los sacerdotes, que siempre estaban ahí cuando los necesitábamos. Siempre digo que no siento pereza para ir a misa o a adoración porque Él nunca dejó de venir a verme al hospital ni un solo día.

Incluso cuando estuve en la cámara de aislamiento más de cuarenta días, porque me sometieron a un trasplante de médula ósea de mi hermana Concha, recuerdo una situación muy dura, porque estaba sola, solo podía ver a mi familia en el horario de visita por un cristal, y uno de los sacerdotes que vino a traerme la comunión antes de ingresar en la cámara, me enseñó a acercarme y a querer más a la Virgen. Ese regalo me lo llevé dentro de la cámara porque me ayudó mucho y me sentía acompañada de la Virgen continuamente, no me sentí sola.

En la cámara solo entra el personal sanitario que manipula al paciente pero en una ocasión entró un sacerdote con el Señor en la mano, no pude recibirlo porque estaba muy deteriorada y no podía ni comer ni ingerí líquidos. Se lo agradeceré siempre. La labor de la pastoral a mí me dio la vida.

¿Cómo ves tu futuro?

Lo veo de la mano del Señor y la Virgen. Me ha costado mucho tiempo entender por qué yo me quedé y muchas personas en igualdad de condiciones se fueron. La enfermedad me privó de la posibilidad de tener hijos y mi matrimonio no superó tantos años de sufrimiento y pienso que hay personas que son madres, tienen maridos y el Señor se los lleva, entonces pienso ¿por qué yo?. Entonces mi futuro lo veo entregándome a los demás para poder agradecerle a Dios que me dejó aquí.

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Fuente original: https://www.diocesisdecordoba.es/noticias/en-mi-enfermedad-mi-alma-se-hubiera-perdido-si-no-hubiera-estado-cerca-de-dios

Por Prensa