En un mundo tan agitado por los problemas, casi estamos acostumbrados a recibir noticias llenas de pesimismo que dibujan un futuro harto complejo, sin resquicios de esperanza. Nos hacen creer que esta sociedad globalizada es egoísta, que se deja llevar por afanes personales, y se hunde en la búsqueda de placeres huyendo de la realidad. Pero, frente a todo contratiempo, por fortuna continúa habiendo personas que sacuden de su letargo a los que tienen un concepto de felicidad frágil y quebradizo, ya que no radica en labrarse una vida sin problemas porque éstos llegan cuando uno menos se lo espera.
En este escenario se hallan amigos muy queridos, que resultan ser creyentes y comprometidos. Dos personas que, conociendo el sufrimiento —ella con un amor nacido en la infancia, y que una gravísima enfermedad le arrebató convirtiéndola en joven viuda con una hija, y él procedente de otra historia de la que nació otro hijo— hace unos días se han prometido ante Dios, amasando en la fe su proyecto de vida. Hasta aquí, no hay nada de particular. La funesta enfermedad contra la que ella lucha, manteniéndola a raya, no iba a ser ningún impedimento para formar nuevo hogar. Pero cuando ambos se prometían una vida sin especiales contratiempos, con esas expectativas que surgen en la madurez, habiendo dejado atrás el rastro de muchos sinsabores y luchas diversas, repentinamente, porque es así como acostumbra a presentarse el dolor, un diagnóstico de ELA (Esclerosis lateral amiotrófica) en las navidades pasadas, sin darle apenas respiro le ha recluido a él en una silla de ruedas. Y las súplicas pidiendo el milagro son ahora su especial alimento y el de los suyos, a las que se unen familiares y amigos.
Habrá quien juzgue esta decisión como algo descabellada, como un error que tiñe la convivencia porque las repercusiones cotidianas de una enfermedad degenerativa tan grave las lleva consigo, un sinsentido anticiparse a un eventual final para no llegar a ningún puerto… Todo lo que en esta línea pudiera pensarse o verbalizarse indicaría que no se ha entendido nada. Podrían haber dado marcha atrás y no haberse casado, ciertamente. Pero entonces no estaríamos hablando de ternura, de generosidad, de confianza…, de una valentía que a muchos falta porque miran el sufrimiento de reojo, o sencillamente no desean ni hablar de él; menos aún, enfrentarse al drama. Y ellos lo han asumido determinando vivir juntos los sinsabores, apoyando ella a la persona que hacía muchos años, sin saberlo, ya la amaba, aunque fueron sentimientos que conoció cuando quedó libre, acompañando y haciendo más llevadero su día a día, buscando cómo llenarlo de amable contenido, de manera bondadosa, paciente y entregada. Ambos unidos en la fe.
Son esas realidades, no series de plataformas digitales, que emocionan y conmueven por igual. Lágrimas a flor de piel cuando, en ese baile inolvidable que ella inició rodeando con inmensa ternura la silla de ruedas desde la que brotaba un torrente de amor, hizo partícipes a todos de inigualables emociones; tenía un trasfondo de tal hondura que es imposible traducirlo con palabras.
Que la Virgen de Fátima, a la que han acudido en su luna de miel, les conceda la gracia solicitada: recuperar la salud. Entre tanto, han quemado en la hoguera toda desesperanza. ¡Qué gran lección!
Isabel Orellana Vilches
Fuente original: https://www.archisevilla.org/desesperanza-a-la-hoguera-amor-en-el-sufrimiento/