Fiesta de Santo Domingo de Guzmán.
Lecturas: I Jn 4, 7-16; Mt 22, 34-40
Saludos. Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: Señor Deán Presidente y miembros del Cabildo Catedral; sacerdotes, diáconos, miembros de la vida consagrada; Asociación Virgen de los Reyes y San Fernando; hermanos y hermanas presentes. Tercer día de nuestra Novena, en la fiesta de santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores. La tradición le atribuye la difusión del rezo del santo Rosario, que acompaña la vida cristiana de los fieles con la meditación de los misterios de la vida de Cristo de la mano de María.
Santo Domingo de Guzmán, después de su ordenación sacerdotal, fue nombrado canónigo del Cabildo de la Catedral en su diócesis de Osma. Al acompañar a su Obispo Diego de Acebes a Dinamarca en misiones diplomáticas el año 1204, descubrió dos enormes desafíos que debía afrontar la Iglesia: la existencia de pueblos sin evangelizar en el norte de Europa y los males causados por la herejía de los cátaros en el sur de Francia. De acuerdo con el papa Inocencio III, se dedicó el resto de su vida a la predicación de la verdad, acompañando la predicación del Evangelio con el ejemplo de una vida pobre y austera.
¿Cuáles son los principales problemas que aquejan actualmente a la humanidad? Según los organismos internacionales, los principales problemas del mundo actual son: El hambre, la desigualdad, la contaminación, el acceso al agua potable, los conflictos[1]. Y ¿cuáles son las principales necesidades del ser humano? Desde el ámbito de la psicología se han establecido también diferentes jerarquías en relación a las necesidades humanas: Necesidades fisiológicas, necesidades de seguridad, necesidades de amor y pertenencia, necesidades de estima, y necesidades de autorrealización[2]. Si tuviéramos que definir cuál es el principal de los problemas en el mundo, creo que nos pondríamos fácilmente de acuerdo en afirmar que es la falta de amor, y si tuviéramos que definir cuál es la necesidad principal del ser humano, diríamos que es la experiencia del amor verdadero.
El Papa Benedicto XVI ofreció una respuesta a la situación del mundo con la encíclica Deus es caritas. Se trata de una respuesta desde el encuentro personal con Cristo que lleva a un compromiso de amor a Dios y al prójimo[3] y apunta al corazón mismo del cristianismo. Para poderlo entender y vivir hemos de partir de un principio fundamental: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Jesucristo, que es el amor de Dios encarnado, hace realidad el amor de Dios en su forma más radical. Al morir en la cruz para elevar y salvar al ser humano, lo expresa en su forma más sublime.
Su entrega se perpetúa a través de la Eucaristía en la que nos une a Él y por la que nosotros también somos incorporados a su obra salvífica, y unidos a todos los hermanos nos convertimos en un solo cuerpo. Desde la vida nueva en Cristo se puede entender y se puede cumplir su mandamiento nuevo de amarnos unos a otros como él no has amado (cf. Jn 13, 34). A partir de este principio entendemos el Evangelio, y de modo particular la parábola del Juicio final en el cual el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40).
¿Cómo podremos vivir ese amor? En primer lugar, contemplemos a María y descubramos que el principal distintivo de su vida es el amor a Dios y el amor al prójimo. Ella no pretende grandezas, simplemente es la humilde sierva del Señor, que se pone a disposición de su voluntad. Es una mujer que ama a Dios sobre todas las cosas y que está siempre en servicio delicado a los demás, tal como narran los evangelios: en silencio contemplativo durante la infancia y la vida oculta de Jesús; con delicadeza y prontitud en Caná; con discreción y humildad durante la vida pública; con firmeza al pie de la cruz; en su función de reunir a los discípulos antes de Pentecostés y en la comunidad de Jerusalén.
En segundo lugar, entremos en la escuela de María. Ella es llamada por Dios a prestar un servicio singular: ser la Madre del Mesías. Este es su servicio materno. A través de su fiat, se ha convertido en Madre de Dios, y el Amor infinito ha habitado entre nosotros. Ella, movida por la fuerza del Espíritu, ha vivido siempre en Dios y para Dios y, al mismo tiempo, atenta a las necesidades de sus hijos. Ella es la madre y maestra que quiere enseñarnos a vivir como hijos de Dios y como hermanos. Si entramos en su escuela y nos dejamos guiar, aprenderemos a vivir amando a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a un auténtico hermano.
De la mano de la Virgen descubrimos que los acontecimientos de la vida son un lugar de encuentro con Dios. A veces nos da miedo ese encuentro, porque se produce en circunstancias dolorosas, o porque puede conllevar un mayor compromiso. Precisamente en esos momentos María está a nuestro lado, conoce nuestra necesidad, comprende nuestras flaquezas, alienta nuestros ideales más nobles y escucha nuestras oraciones; nos ama tal y como somos, y nos ayuda a crecer, a madurar. El trato con ella nos hace realistas y comprensivos, solidarios con los demás; nos lleva a ayudar y a ser ayudados, a dar y a recibir, porque no basta con dar cosas al otro, hay que dar algo de sí mismo, de la propia vida.
Ese encuentro con Dios y ese amor llevó al venerable Miguel Mañara a formar parte de la Hermandad de la Santa Caridad, y después a fundar el Hospital de la Caridad, y a poner su vida, su fortuna y sus recursos a disposición de los más pobres; precisamente los más pobres tenían que ser considerados como los amos y señores de la Casa, imágenes vivas de Jesucristo, y el modo de actuar de los hermanos de la Santa Caridad se tenía que caracterizar por el servicio a los más necesitados, la humildad en el comportamiento, la perseverancia en la vida de piedad, la discreción y la elevación al más alto grado de la caridad y el amor con que debían realizarse todas las labores en la Hermandad y fuera de ella.
Entre nosotros sigue presente el testimonio de amor a Cristo crucificado y a los pobres de santa Ángela de la Cruz, que pasó su vida ejercitando heroicamente la caridad con los necesitados de pan, de vestido, de cultura, de fe y de amor, con espíritu de “pobreza, desprendimiento y santa humildad”[4]. Con la alegría que brota de la disponibilidad para el servicio al prójimo, amando y sirviendo a los hermanos más pobres no desde fuera, sino viviendo en sus mismas condiciones existenciales. Su amor a María Santísima y la confianza en su intercesión le llevaba a aconsejar a sus hermanas: “Esperen con fe y confianza que esta Madre cariñosa nos alcanzará de su Santísimo Hijo todas las gracias que necesitamos para imitarla en las virtudes, muy principalmente de la caridad que tuvo con Dios y con el prójimo”.
María nos enseña también a perdonar y a pedir perdón. En la escuela de María aprendemos la gran novedad del mensaje cristiano que es el amor a los enemigos. A lo largo de la vida no faltan golpes y heridas que dejan cicatrices. La venganza y el rencor envenenan el corazón, y crean desasosiego e insatisfacción. No es fácil perdonar a quien te ha causado mal, pero es posible con la gracia de Dios. Cuando la Virgen oyó decir a su Hijo en la cruz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen, hizo lo mismo que Él: perdonó. Nosotros debemos perdonar, y también pedir perdón. Todos necesitamos el perdón, porque todos hacemos daño a los demás, aunque a veces quizá no seamos conscientes.
Por último, María nos enseña a amar sin límites. Para ella nada es demasiado pequeño, pobre, o insignificante. Nos enseña a amar como ama Dios, que no se cansa de salir a nuestro encuentro, que recorre siempre el camino que nos separa de Él, que se dirige directamente a cada uno. Ama a cada persona por sí misma, y su amor es universal, abarca a toda la humanidad. María, desde que recibe su nueva misión de maternidad sobre los discípulos al pie de la cruz, ama a cada uno de sus hijos, especialmente a los más pobres y necesitados, a los que sufren, a los que están más doloridos por los golpes de la vida. Ella siempre es la Madre del Amor Hermoso. Peregrinando de su mano aprendemos a amar el mundo y a las personas, a amar a Dios y a los hermanos. Nuestra Señora de los Reyes, Madre de amor y misericordia, nos ayude en este camino. Así sea.
Fuente original: https://www.archisevilla.org/homilia-de-mons-saiz-meneses-en-el-tercer-dia-de-la-novena-a-la-virgen-de-los-reyes-madre-del-amor-hermoso-08-08-2022/