Comenzamos un nuevo año litúrgico, comenzamos el tiempo de adviento. A lo largo de todo el año celebramos el misterio de Cristo desde los distintos prismas o acentos del misterio. En este tiempo de adviento, preparamos la venida del Señor.

Tres venidas a tener en cuenta. La primera venida, cuando nació en Belén, que hacemos presente por la liturgia. La última venida, al final de los tiempos en que vendrá glorioso para llevarnos con él. Y la venida cotidiana en el hoy de cada celebración, de cada jornada. Jesucristo está llegando continuamente a nuestras vidas, pide entrar en nuestra historia, quiere abrazarnos con su abrazo de amor. Abramos el corazón de par en par a su presencia.

Quizá la que más nos cuesta preparar es la última venida. Estamos tan a gusto en este mundo que nos parece que nunca se va a acabar. Y sin embargo, Jesús nos advierte que llegará como ladrón en la noche, y por eso nos invita a estar en vela. Si reflexionamos un poco, nos damos cuenta de que nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios. Y eso indica que hay un grito interior en nuestro corazón que repite continuamente: ¡Ven, Señor Jesús. Maranatha!

Nuestra vida se acaba, está llamada a una plenitud que no puede darse en este mundo. Esa plenitud Dios nos la va a dar en el cielo. El ansia de felicidad de nuestro corazón será saciada más allá de esta vida. Y hemos de prepararnos al encuentro con el Señor que coincide con nuestra partida de este mundo. Nos cuesta pensarlo y nos costará más todavía cuando llegue a realizarse. Pero hemos de ejercitarnos en esa tarea de desprendimiento y de prontitud del alma a abrazarse al Señor para siempre, y sólo a él.

La otra venida es la de aquella primera Navidad, que ahora recordamos y celebramos con gozo. Cuidado con esas fiestas que nos emborrachan los sentidos. Sería una triste pena que con motivo de la venida del Señor rompamos nuestra alianza con él. “Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria o desenfreno, nada de envidias y riñas”, nos recuerda el apóstol. Como si la llegada de estas fiestas tan bonitas quedara empañada por el pecado que no cometemos en tiempo ordinario. Estemos atentos.

Y cuidemos la venida el Señor cada día, en cada acontecimiento, en cada persona que nos sale al encuentro, en cada sacramento, en cada Eucaristía. Hay acontecimientos agradables y gozos, en los que nos es fácil descubrir la presencia del Señor. Pero hay otros acontecimientos dolorosos que nos contrarían, y ahí es más difícil descubrir la presencia del Señor. Unos y otros son continua invitación al encuentro del Señor con nosotros y de nosotros con él.

La vida es para vivirla en una espera continua, en la espera esponsal del Señor que viene. Cuando el marido espera a su mujer, cuando la mujer espera a su marido, lo espera con deseo de encontrarse, porque el encuentro le llenará el corazón. Pues, vivamos la vida en actitud de permanente espera. El Señor nos anuncia su venida, nosotros hemos de estar en vela con un gozo sereno, sabiendo que él llegará y no tardará; y vendrá para llevarnos con él para siempre.

Tiempo de adviento, tiempo de espera. El que viene se llama Jesucristo y toca a nuestro corazón porque quiere entrar más todavía en nuestra vida. Que este santo tiempo de adviento nos prepare para todas esas venidas del Señor. “Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.

 

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.

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Fuente original: https://www.diocesisdecordoba.es/carta-semanal-obispo/viene-el-senor-estad-en-vela

Por Prensa