Durante el tiempo de Adviento, la Iglesia quiere poner de manifiesto el valor de la esperanza, invitándonos a mirar al futuro sin caer ni en la euforia ni en el pesimismo. Un futuro que está iluminado por el nacimiento de Jesucristo, el Dios-con-nosotros, que viene a compartir la vida del ser humano, no de manera superficial, sino comprometida, siendo igual a cada uno de nosotros menos en el pecado.
Es cierto, que en el tiempo presente encontramos motivos para caer más fácilmente en el pesimismo que en la euforia. Por ello, no está de más que, secundando la invitación de la Iglesia, reavivemos nuestra esperanza. Sin embargo, la esperanza necesita estar apoyada, necesita una cierta seguridad de que puede conseguir algo, llegar a un determinado destino y vivir según lo que la persona ha anhelado. Aquello que la esperanza necesita es una motivación y no existe motivación más fuerte que la de la fe en un Dios que es capaz de irrumpir en la historia de cada persona y de la toda la humanidad.
Teniendo esto presente, la esperanza se hace fuerte y nos empuja a no desesperar, a no sucumbir y a seguir mirando hacia adelante para que sepamos donde hemos de poner lo que cada uno considere que es lo mejor: generosidad, entrega, compromiso por la justicia, solidaridad, amor, empatía, respeto, convivencia, búsqueda de la verdad, bondad, ternura y muchas ganas de hacer el bien.
En la situación histórica presente, os invito a que le demos a la paz, esperanza. La convivencia entre las naciones se funda en los mismos valores que deben orientar la de los seres humanos entre sí:la verdad, la justicia, la solidaridad, la convivencia, la paz y la libertad. Esto excluye el recurso a la violencia y a la guerra, a formas de discriminación, de manipulación, de intimidación y de engaño. Las personas no pueden encontrar su realización sólo en sí mismas, es decir, prescindir de su ser “con” y “para” los demás. Por ello, formamos comunidades, pueblos, naciones. Y ahí nace la convivencia en los diversos niveles de la vida social y relacional, y la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien, que adquiere un gran nombre: paz.
Sólo así podemos entender el mensaje que el cielo lanzó al mundo por boca de los ángeles la noche del nacimiento de Jesucristo: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Sólo una persona de buena voluntad sabe y comprende la importancia de la paz y la procura.
Y junto a la paz, también os invito a que al bienestar le demos esperanza. No habrá nunca bienestar en una sociedad en la que no se salvaguarda el bien común. Es tarea de todos (gobernantes, políticos, agentes sociales y ciudadanos) el respeto más absoluto al bien común y evitar toda ideologización y partidismo de este. El bienestar de un país no se mide exclusivamente por su nivel económico, sino también por el grado de equidad que debería permitir a todos disponer de lo necesario para vivir con dignidad. El bienestar está vinculado a las condiciones sociales de cada época y está unido al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales.
Paz y bienestar deben conformar nuestros deseos y aspiraciones para que esta Navidad sea realmente una muy feliz Navidad.
Aprovecho para desearos a todos unas felices fiestas con motivo del Nacimiento de Jesucristo. Que una paz desbordante inunde nuestro mundo y que el bienestar se haga presente en todos los hogares, especialmente en el de los pobres y necesitados. Y que, a nadie, nunca, le falte de bendición de Dios.
¡Feliz Navidad y feliz año nuevo!
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