Pura y Limpia | Carta pastoral (04-12-22)

El próximo jueves celebraremos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. La declaración dogmática de la Purísima Concepción de la Virgen tuvo lugar el 8 de diciembre de 1854, pero pertenece al patrimonio de la fe cristiana desde tiempo inmemorial. Los cristianos confesamos que María fue preservada en su concepción de la herencia del pecado original en previsión de los méritos de la redención de Jesucristo (cf. LG 53). En la liturgia de la Palabra de este día se proclama que Dios «nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1,4). En María, la primera redimida, se cumplen a la perfección estas palabras que el Apóstol dirige a los cristianos de Éfeso.

El capítulo 3 del libro del Génesis narra la caída de nuestros primeros padres en la tentación de la serpiente, cometiendo el pecado original, del que la humanidad sería a partir de entonces heredera. Eva observó «que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió» (Gén 3, 6). Después del pecado, Adán y Eva fueron expulsados del paraíso y Dios «colocó a los querubines, y una espada llameante que brillaba, para cerrar el camino del árbol de la vida» (Gén 3, 24). Cuando en la Anunciación la Virgen se proclamó esclava del Señor y dio su sí al plan de Dios, el ángel -señala el evangelista san Lucas- se retiró (Cf. Lc 1, 38). El arcángel Gabriel salió de la presencia de la Virgen y quedó libre el acceso al árbol de la vida.

La iconografía cristiana ha representado tradicionalmente a la Santísima Virgen en su pura y limpia concepción erguida, en actitud de oración y, en muchas ocasiones, pisando la cabeza de la serpiente. La enemistad que Dios anunció en el protoevangelio entre la mujer y su descendencia y el tentador (cf. Gén 3, 15) se manifiestan en la vida de la Virgen María de un modo eminente. Una enemistad con el pecado que no se reduce a un momento determinado de su vida, sino que abarca toda su existencia. La Virgen confió en la palabra recibida a lo largo de toda la vida, mantuvo la fidelidad al plan del Señor, en la esperanza en la salvación que había de producirse por su Hijo, y en la caridad de Aquel que entregaría su vida por nosotros.

La contemplación del misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen nos anima a valorar el perdón y la gracia que recibimos en el Bautismo y a perseverar en el camino de la conversión. En María encontramos la gracia plena, la pureza de las vírgenes, el valor de los mártires, la sabiduría de los doctores, la generosidad y la perseverancia, en definitiva, de los santos. En ella encontramos, además del ejemplo admirable de la santidad perfecta, el auxilio y la fortaleza para resistir las tentaciones que rompen nuestra comunión con Dios. Ella es la imagen perfecta de lo que la Iglesia está llamada a ser, nos muestra el camino de la santidad activa, el camino de la escucha, la contemplación, la oración, el servicio, el camino del discipulado ferviente. En la vida de la Virgen, desde su pura concepción hasta su gloriosa asunción, encontramos el itinerario para alcanzar la bienaventuranza eterna que Dios tiene preparada para sus hijos.

«Y el ángel se retiró». La Pura y Limpia es desde la Anunciación la casa de Dios y la puerta del Cielo. Entreguémonos a la veneración de la Santísima Virgen con el espíritu de quienes fuimos constituidos hijos suyos sabiéndonos destinatarios de la alegría que el ángel le anunció en la mañana de la Anunciación.

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

 

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Fuente original: https://www.archisevilla.org/pura-y-limpia-carta-pastoral-04-12-22/

Por Prensa