En el Evangelio que hemos escuchado contemplamos la visitación de María a su prima Isabel y el canto del Magníficat. María se levanta, se pone en camino y va con decisión a la montaña, a la casa de Zacarías e Isabel. En este episodio de su vida descubrimos un ejemplo luminoso para nuestro camino de peregrinos y apóstoles. El viaje de María es un viaje misionero por el que sale de sí misma, de su casa, de sus seguridades, de su entorno y va más allá. Ahí está la clave también de nuestra vida de cristianos y de apóstoles: una existencia que debe trascender, proyectarse hacia fuera, más allá de nosotros, siempre en salida, en peregrinación y testimonio.
El ángel le había anunciado que Isabel esperaba un hijo y que ya estaba en el sexto mes de embarazo. María va a su casa y permanece con ella para ofrecerle toda la ayuda que pueda necesitar. Su vida consistirá en una entrega generosa a la voluntad de Dios y también de servicio al prójimo. Pero el mayor servicio de María consistirá en llevar y ofrecer a Jesús mismo; y ésta ha de ser la clave, el corazón de nuestra misión evangelizadora. Y cuando se comunica a Jesús y tiene lugar el encuentro con él, el corazón se llena de alegría. Por eso nota Isabel que el niño salta de gozo en su seno. Es la alegría de la salvación que se percibe desde las primeras páginas del Evangelio.
María responde al saludo de Isabel entonando el Magníficat, el canto de los “pobres de Yahvé”, los humildes de corazón que rechazan la tentación del orgullo, de la riqueza y del poder. Los primeros versículos se refieren a experiencias vividas por ella misma: proclama que el Señor ha hecho obras grandes, celebra que Dios ha irrumpido en su existencia convirtiéndola en la Madre del Señor, expresa la alabanza, la acción de gracias y la alegría, fruto de la gratitud. Con esta alabanza representa a todos los creyentes que han experimentado la misericordia de Dios. Ella es consciente de que tiene una misión que desempeñar y de que su historia personal se inserta en la historia de la salvación, porque la misericordia del Señor llega a sus fieles de generación en generación.
En un segundo momento se refiere a la acción de Dios en favor de Israel en el pasado y en el futuro, e indica siete acciones que el Señor realiza de modo permanente en la historia: Hace proezas, dispersa a los soberbios, derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos, despide vacíos a los ricos y auxilia a Israel. El Señor viene en auxilio de los pobres y los pequeños, desconcertando a los ricos y los poderosos del mundo y colma de bienes a los humildes. Su fuerza se revela en favor de los pequeños y sencillos de corazón. María reconoce la grandeza de Dios. Éste es el primer sentimiento de la fe, que da seguridad a la criatura humana y la libera del miedo, incluso en medio de las encrucijadas más difíciles de la historia.
“Como María, hemos de proclamar nuestro propio Magníficat. Como ella hemos de contemplar la obra de Dios en la historia con los ojos de la fe. Dios cuidó de Israel su siervo y cuidó de María su sierva, y también cuida de la Iglesia y de cada uno de nosotros a pesar de las dificultades y problemas que podamos tener a lo largo de la vida. La Iglesia, en medio de los avatares de la historia repite con María las palabras del Magníficat y también se ve confortada con la gracia de Dios, con la fuerza del Espíritu, para llevar a cabo su misión, para iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia (cf. LG 1)”.
Hoy muchas personas viven de espaldas a Dios, viven como si Dios no existiera. ¿Qué podemos hacer nosotros? ¿Cruzarnos de brazos? ¿Vivir con resignación, entre la nostalgia y el temor a las dificultades? ¿O pedirle a Dios el auxilio de su gracia para anunciar con nuestras vidas que Jesús ha resucitado? Los jóvenes de la archidiócesis de Sevilla optamos por levantarnos, por ponernos en camino y evangelizar sin temor, con coraje y libertad de espíritu; y anunciamos con gozo y sin complejos que Jesús es el único que da sentido pleno a nuestra vida.
Conocemos a muchas personas que están sedientas de felicidad, de trascendencia, de Dios, y sabemos que Jesús sigue ofreciéndoles la fe y el amor que saciará su sed. Del encuentro personal con Él surge una nueva vida que lleva a recibirlo como Salvador. La evangelización no es un conjunto de técnicas, de acciones o de estrategias, es una propuesta, un anuncio explícito de Jesús a través de la palabra valiente y el testimonio de vida que provoca la conversión de la persona que después entrará en contacto con la comunidad cristiana y se integrará en ella.
Es la hora de dar gracias a Dios por todo el amor que ha derramado sobre nosotros y de seguir correspondiendo con generosidad de hijos. Cristo cuenta con nosotros, nos ha elegido, nos llama por nuestro nombre, nos envía a dar un fruto abundante y duradero. El Espíritu Santo nos ayuda a vivir en comunión, en el amor, a aspirar a la santidad. María Inmaculada nos guía en el camino como una familia unida.
Queridos jóvenes de Sevilla: Hoy escuchamos la voz del Señor, que nos dice: “Joven, te digo, levántate”. Más que nunca la Iglesia y el mundo os necesitan. Los hombres y mujeres de nuestro tiempo necesitan escuchar el anuncio del amor de Dios, la llamada a una vida nueva. La Iglesia cuenta con vosotros para renovar, para fermentar de Evangelio los ambientes con vuestro testimonio de palabra y de vida. Como dice el nuevo Plan Pastoral Diocesano: ¡Duc in altum! Mar adentro, sin miedo. En la tierra de María Santísima, de su mano de la Madre, en tiempo de gracia y salvación de Dios, en camino hacia la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa. Así sea.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla
Fuente original: https://www.archisevilla.org/homilia-de-monsenor-jose-angel-saiz-meneses-en-la-vigilia-de-la-inmaculada-07-12-2022/