El nacimiento de Jesucristo hace más de dos mil años ha llenado toda la tierra, ha empapado la cultura y las costumbres del mundo entero, ha llenado de luz nuestras calles y plazas, ha convertido estos días de fiesta en días de encuentro familiar y festivo. Realmente, Navidad suena y resuena en el corazón de todos los habitantes de la tierra como algo festivo y gozoso, como una invitación a la paz en las relaciones humanas. Se trata de un acontecimiento cristiano que influye notablemente en el diario vivir de todos los habitantes del planeta. Mucho más incluso que los días, también santos, de la semana santa y de los misterios que entonces celebramos.
No es fácil calibrar el nivel de fe con el que cada ciudadano vive estos días. Para los cristianos creyentes y practicantes estos días se convierten en días de avivar nuestra fe en el misterio que celebramos. Para otros no creyentes o con una fe lánguida son días festivos y de encuentro familiar o amistoso.
Me dirijo especialmente a los creyentes. El hecho de que todo esté empapado de navidad puede ser una dificultad para vivirlo con autenticidad, ya que son muchos los reclamos a nuestros sentidos para llevarnos a la dispersión. Navidad, sin embargo, son días para contactar más intensamente con el que viene a salvarnos, Jesucristo nuestro salvador. Son días de oración y de encuentro con él, son días de solidaridad con los hermanos.
El centro de la Navidad es Jesucristo. El misterio que celebramos sigue siendo asombroso: Dios Padre envía a su Hijo para compartir nuestra existencia y elevarnos a nosotros a la condición de hijos de Dios. La Navidad es el acercamiento de Dios en su Hijo para elevarnos a nosotros a la condición de hijos de Dios. Qué admirable intercambio, en el que los humanos salimos ganando por la condescendencia de Dios en la historia de la humanidad.
El Niño que nace es Dios, hijo eterno del Padre en la eternidad, que se hace hombre como nosotros en el tiempo, tocando nuestra realidad humana en todos sus aspectos, excepto en el pecado. Y todo lo que el Hijo de Dios ha tocado, lo ha redimido. Misterio que se ha realizado con la colaboración de una mujer: María santísima, la madre de Dios, la virgen por excelencia, la mujer de fe que ha concebido en su mente y en su vientre al Hijo eterno de Dios, dándole cuerpo, dándole nuestra carne.
El misterio de la encarnación, que celebramos en la Navidad, es el misterio del descendimiento de Dios desde el cielo tocando la tierra, tocando nuestra debilidad humana y sanando todo lo humano. No cabe humildad más grande, despojamiento más absoluto, empobrecimiento más chocante. Jesucristo ha imprimido de esta manera un nuevo impulso a la humanidad en el camino de la divinización de todo lo creado, llevándolo por el camino del despojamiento y de la cruz a la gloria de la resurrección.
El misterio que celebramos establece una solidaridad humana irrompible. Todos los desheredados de la tierra encuentran en este misterio la recuperación de su propia dignidad perdida, o por culpa propia o por culpa de los demás. Los pecadores encuentran en este misterio el acercamiento de Dios que los llama a la amistad y a la filiación divina. Los que padecen la injusticia de los demás, que han pisoteado su dignidad por caminos de violencia, de abuso, de atropello de sus derechos encuentran en este misterio de la Navidad quien viene a devolverles lo perdido y mucho más.
Comulgar con Jesucristo nos lleva a comulgar con los más pobres de nuestro entorno y de la tierra. Acoger a Jesucristo que viene hasta nosotros nos lleva a acoger nosotros a quienes han sido despojados y sufren ese expolio. Navidad es fiesta de solidaridad profunda, la que nos ha traído el Príncipe de la paz.
Feliz y santa Navidad para todos.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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Fuente original: https://www.diocesisdecordoba.es/carta-semanal-obispo/navidad-es-jesucristo