La vida, su protección, salvaguarda y garantía, fue el sustento doctrinal de la mayoría de convenios y tratados internacionales que sucedieron a los dos grandes conflictos internacionales del siglo XX. El hombre se autoconvenció de que había aprendido la lección, de que la vida, como don supremo, como valor superior a defender, era sagrada. Más allá de las convicciones religiosas o morales de cada uno, la existencia humana trascendía cualquier condicionante y nada se antepondría a ella. Hasta ahora.
En el vigésimo quinto aniversario de la promulgación de la encíclica Evangelium Vitae, el papa Francisco afirmó que su mensaje resultaba más oportuno que nunca. A la vista de la corriente cultural que abre camino a la aceptación social del aborto o la eutanasia, hasta el punto de considerarlos como derechos, el pontífice hizo un llamamiento a trabajar para que la cultura de la vida “no sea un patrimonio exclusivo de los cristianos”.
El Santo Padre se reafirmó en que “cada vida humana es única e irrepetible, es un valor inestimable en sí misma”. Y con esta premisa, son numerosas las iniciativas que han surgido en el ámbito eclesial, para revertir una trágica deriva y devolver a la vida su sacralidad. Proyecto Ángel es una de las realidades diocesanas en el ámbito de la familia y la vida. Atienden a mujeres con embarazos imprevistos que hacen “una llamada desesperanzada” en un contexto difícil. Chelo Núñez, una de sus responsables, subraya que el cometido de esta obra es “devolver esperanza en esa nueva realidad, acompañando a la mujeres durante los nueve meses de embarazo, el postparto y, normalmente, hasta que el bebé cumple dos años”. Esa mujer tendrá un ángel con ella, “que no la va a dejar sola en ningún momento”, y “centinelas, facilitadores y rescatadores” –distintas figuras necesarias en este proyecto de vida- que colaboran desde fuera para que esa angustia inicial se torne en esperanza y vida. Las situaciones que cubren son muy diversas. Valga el ejemplo de un caso atendido justo antes de la pandemia, la madre más joven que han acompañado, y que dio a luz con trece años.
Esas instituciones suelen trabajar en red, ofreciendo sus recursos a iniciativas eclesiales similares. Red Madre, Esperanza y Vida, Proyecto Raquel, Parroquias y Hermandades por la Vida o Pro Vida, son algunos eslabones de la cadena de la Iglesia diocesana en ayuda de las mujeres que se debaten en una encrucijada que el nuevo orden público solventa, sin apenas alternativa, arrinconando la vida.
Pro Vida Mairena organiza cada año las Semanas por la Vida, encuadradas en el debate social que menciona el Papa, y cuenta con una dilatada experiencia en este lado de un problema que atañe a más mujeres de las que imaginamos. La mayoría se enfrenta en solitario a un embarazo no buscado, han sido abandonadas por sus parejas o conminadas por ellos a abortar. En estas situaciones, cuando la madre solicita ayuda, resultan determinantes los recursos humanos y materiales con los que cuenta Pro Vida, llegando a procurar un entorno afectivo y económico que favorece el nacimiento de la criatura.
Con todo, tal y como subrayaba el papa Francisco, esta es una batalla cultural, un reto “que debe ser anunciado de nuevo, con la parresía de la palabra y el coraje de las acciones”. Un coraje, convicción y fe que sustentan a todos los voluntarios que hacen posible el milagro de unas vidas que no son conceptos abstractos, sino que se manifiestan en lo que el Papa presenta como “personas concretas, de carne y hueso, niños recién concebidos, un pobre marginado, un enfermo solo…”
La Parroquia de San Esteban acogerá el 28 de diciembre una Eucaristía por los niños no nacidos. Será a las ocho y media de la tarde.
Fuente original: https://www.archisevilla.org/por-la-vida-por-conviccion-por-fe/