Contemplando el misterio de la Navidad, aparece inmediatamente la realidad de la familia humana, en cuyo seno ha nacido y se ha criado el Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo. En torno al Niño está su Madre, la que le ha traído a este mundo, dándole su carne y sangre. Y junto a los dos está José, padre no biológico, pero ciertamente padre en el pleno sentido de la palabra. Jesucristo ha santificado esta preciosa realidad de la familia humana, donde todos los vínculos de amor ayudan a nacer, crecer y madurar el amor como vocación y destino del hombre.
Ciertamente, en el seno de una familia todos hemos venido al mundo por el amor de nuestros padres, que nos han engendrado, nos han acogido con amor y han cuidado de nosotros para llevarnos a la madurez de la vida. Cuando un niño crece satisfecho afectivamente, su psicología se desenvuelve sana y aprende a amar, como algo connatural a su propio desarrollo. Cuando, por el contrario, los egoísmos de los padres se cruzan, quien sale perdiendo siempre es el hijo. Generar un nido de amor, que cada día va tejiendo las relaciones en tono de donación y de ofrenda, hace que ese hogar sea un lugar apropiado para el crecimiento humano en todas sus dimensiones.
En la familia se aprende a amar, se descubre el amor de Dios que está en el origen de todo, se aprende a conocer a Jesucristo que nos ha amado hasta el extremo, se descubre el cariño maternal de María, nuestra madre. En la familia uno aprende a servir por amor, a no estar pendiente solo de sí mismo, sino entregado a hacer la vida más agradable a los demás. En la familia uno descubre su vocación al amor en el ejercicio cotidiano del mismo y en el despertar de una vida entregada a Dios y a los demás en el matrimonio, en la vida consagrada, en el sacerdocio.
Damos gracias a Dios por nuestra familia, la familia de origen en la que hemos nacido y crecido, y la familia que hemos constituido, según la vocación a la que cada uno ha sido llamado. Y pongamos nuestras mejores energías al servicio de la familia, que sufre una fuerte erosión en la sociedad actual.
Se ha generalizado una mentalidad antinatalista y antivida, por la que los hijos en lugar de recibirlos como un don de Dios se convierten en un producto humano, regulable a capricho del consumidor. En las fecundaciones in vitro se fecundan y se eliminan embriones como un simple material genético, que no tiene en cuenta la persona que ha sido engendrada en cada uno de ellos. Se han generalizado los métodos anticonceptivos para usar y abusar de la sexualidad a capricho, eliminando su sentido procreativo responsable. En el final de la vida o cuando esa vida es dependiente, se tiende a eliminarla en lugar de mimarla con toda la ternura que merece. El egoísmo que consume lo que le apetece y descarta lo que le estorba ha llegado a traspasar la línea del respeto a la persona.
Fijemos nuestra mirada en la familia de Nazaret, la Sagrada Familia. El Hijo es amado por sí mismo, y esto le ayuda a crecer. El esposo y padre tiene la función de transmitir fortaleza, seguridad, cobertura y capacidad creativa. La esposa y madre tiene la función de envolver con su ternura a todos los de la casa, de enjugar las lágrimas, de aportar un calor que sólo puede ofrecer un regazo materno. La cultura contemporánea que llega a plasmarse en ley, pretende en aras de una igualdad destructiva borrar todas las diferencias enriquecedoras y complementarias que tiene una convivencia familiar, que responde al plan de Dios sobre el matrimonio, la familia y la vida. “Vio Dios lo que había hecho, y era muy bueno”, nos recuerdan las primeras páginas de la Biblia. No lo estropeemos con el pretexto de ampliar derechos. Alejarnos del plan de Dios va contra el hombre, convirtiéndole en un monstruo de la manipulación humana, que tiene a su servicio los avances de la tecnología y de la biomedicina.
El domingo 8 de enero, dado el calendario de este año, celebraremos la fiesta de la familia y de la vida, las bodas de plata y oro de tantos matrimonios, la acción de gracias a Dios por nuestras familias. Hagamos que nuestras familias sean lugar privilegiado para educar en el amor, fortalezcamos los lazos familiares, no dejemos que nos roben la familia.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
La entrada La familia, cuna de educación al amor apareció primero en Diócesis de Córdoba.
Fuente original: https://www.diocesisdecordoba.es/carta-semanal-obispo/la-familia-cuna-de-educacion-al-amor