Saludos: ¡Feliz Pascua, Santa Pascua de Resurrección! Queridos hermanos y hermanas presentes en esta celebración: arzobispo emérito, obispo auxiliar electo, Cabildo Catedral, presbíteros y diáconos, miembros de la vida consagrada y del laicado; distinguidas autoridades; queridos todos en el Señor. Hemos vivido estos días santos con el corazón, con los sentimientos; también con el entendimiento, y sobre todo con la fe, focalizados en los misterios de nuestra redención. Hoy culminamos con esta solemne misa del Domingo de Pascua de Resurrección.
La resurrección de Cristo no es fruto de una especulación o de una experiencia mística, no es mitología. Es un hecho histórico, un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella definitiva. No es lo mismo que Dios exista o no, no es lo mismo que Cristo haya resucitado o no. No estamos aquí desarrollando una representación cultural, o manteniendo viva una tradición de nuestros antepasados; nos encontramos actualizando un misterio de redención. El sepulcro vacío y las apariciones confirman la resurrección del Señor.
Cada domingo renovamos nuestra profesión de fe en la resurrección de Cristo, al proclamar unidos el Credo. Este hecho histórico es un gran misterio que ha cambiado el curso de la historia y que actualizamos en cada celebración eucarística; además, el tiempo pascual es el tiempo litúrgico en el que esta realidad central de la fe cristiana se propone a los fieles de un modo más intenso en su riqueza doctrinal y en su fuerza inagotable, para que la redescubran cada vez más y la vivan cada vez con mayor fidelidad. Cada año, en el Triduo Pascual, recorremos, en un clima de oración y penitencia, las etapas finales de la vida terrena de Jesús: su condena a muerte, la subida al Calvario llevando la cruz, su sacrificio por nuestra salvación y su sepultura. Luego, al «tercer día», la Iglesia revive su resurrección: es la Pascua, el paso de Jesús de la muerte a la vida, en el que se realizan en plenitud las antiguas profecías. Toda la liturgia del tiempo pascual canta la certeza y la alegría de la resurrección de Cristo.
Es muy importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica, por otra parte, está ampliamente documentada. Si se debilita en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se desvirtúa, y todo se acaba desmoronando. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos. La certeza de que Cristo resucitó es la que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia a los mártires de todas las épocas. El encuentro con Jesús vivo ha cambiado la vida de innumerables hombres y mujeres, que desde los inicios del cristianismo siguen dejándolo todo para seguirlo y poniendo su vida al servicio del Evangelio. «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe», tal como afirma el Apóstol san Pablo (1Co 15, 14). Pero lo cierto es que ha resucitado.
El anuncio que a lo largo del tiempo pascual iremos escuchando es que Jesús ha resucitado, y nosotros podemos encontrarnos con él, como se encontraron con él las mujeres que, al alba del tercer día se habían dirigido al sepulcro; como se encontraron con él los discípulos, sorprendidos y desconcertados por lo que les habían referido las mujeres; y como se encontraron con él muchos otros testigos en los días que siguieron a su resurrección.
Él sigue presente entre nosotros tal como nos ha prometido: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20). El Señor está con nosotros, con su Iglesia, hasta el fin de los tiempos. Los miembros de la Iglesia primitiva, iluminados por el Espíritu Santo, comenzaron a proclamar el anuncio pascual abiertamente y sin miedo. Y este anuncio, transmitiéndose de generación en generación, ha llegado hasta nosotros y resuena cada año en Pascua con una fuerza siempre nueva.
«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra» (Hch 1, 8). Testigos de Jesús. Nosotros hoy continuamos dando testimonio de Cristo resucitado, seguimos el anuncio del Evangelio. Sin miedo, aunque llegara el caso de poner en peligro nuestra vida.
¿Cómo lo haremos? Con un estilo de vida propio, inspirado en el Evangelio, que será siempre novedoso. Tal como lo indica san Pablo a los cristianos de Colosas: “Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3, 1-2). Puesto que hemos resucitado con Cristo, busquemos vivir de forma coherente con la enseñanza de Cristo: una fe viva y profunda, amor a Dios y al prójimo, solidaridad, esperanza, alegría, firmeza, defensa de la verdad y no de lo políticamente correcto, o lo que esté de moda en cada momento.
Tenemos una Madre que es también Maestra: María Santísima. Ella nos guía y acompaña. Salimos con María al encuentro de Cristo resucitado. Vivamos el gozo de su victoria, reavivemos nuestra fe, seamos testigos de esperanza y alegría. ¡Santa y Feliz Pascua!
+ José Ángel Saiz Meneses, Arzobispo de Sevilla
Fuente original: https://www.archisevilla.org/domingo-de-resurreccion-2023-no-es-lo-mismo-que-cristo-haya-resucitado-o-no/