La fiesta de la ascensión del Señor a los cielos marca un hito en la historia de la primera comunidad y de la Iglesia de todos los tiempos. Jesucristo resucitado se hizo presente a los discípulos de múltiples maneras para cerciorarles de su resurrección. A los cuarenta días de su resurrección los reunió y delante de ellos ascendió al cielo, marcándoles la hoja de ruta. Por un lado, él sube a los cielos, a la casa del Padre, a su casa desde donde vendrá de nuevo glorioso al final de los tiempos para llevarnos con él. Y por otra parte, encarga a su Iglesia la misión de ir al mundo entero y hacer discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que él nos ha enseñado.

La ascensión de Jesucristo al cielo nos señala a todos cuál es la meta de nuestra vida, el cielo. No tenemos morada permanente aquí en la tierra, por mucho que queramos afincarnos, por muy buena casa que nos construyamos. Nuestra casa definitiva es el cielo.

Por eso, mirar al cielo, desear el cielo, esperar el cielo son actitudes propias de quien mira a Jesús en la fiesta de hoy, que nos ha abierto el camino. El marxismo dice que la mirada al cielo nos “aliena”, nos desentiende de la tierra, de los problemas de la historia, del compromiso por transformarla. No es así. Los santos son los que más y mejor han transformado la historia y ellos han tenido su corazón en el cielo y los pies muy en la tierra para llenarla del amor de Dios.

No crecerá nuestro compromiso con los problemas de este mundo porque nos desentendamos del cielo. Al contrario, la esperanza firme de la vida eterna en el cielo nos da una fortaleza mayor que cualquier motivación terrena a la hora de transformar este mundo para llenarlo de amor.

Al mismo tiempo, la ascensión de Jesús al cielo pone a la Iglesia en estado de misión. El mandato misionero está dirigido a toda la Iglesia, a todos los cristianos. Del cumplimiento de ese mandato son especialmente responsables los apóstoles y sus sucesores. Jesús nos manda con un fuerte imperativo a llevar al mundo entero la buena noticia del Evangelio y a proponerlo para hacer discípulos a todos los pueblos, llevándolos al bautismo mediante el anuncio y la catequesis. No se trata de proselitismo, ni de comer el coco a nadie. Se trata de anunciar con valentía y entusiasmo nuestro encuentro con el Señor y ser testigo de ello ante nuestros contemporáneos.

En nuestra diócesis de Córdoba, en esta fiesta tendremos el rito del envío misionero de grupos de jóvenes que parten lejos para una experiencia misionera en verano, este año también diez seminaristas mayores a la Misión diocesana de Picota/Moyobamba (Perú). Y para el mes de septiembre comenzamos la Misión popular diocesana en Hinojosa del Duque, primera de una serie de misiones que se prolongarán sucesivamente en otras parroquias cada año. De manera que vivamos una diócesis misionera, una diócesis en permanente estado de misión, para cumplir el mandato misionero de Jesús.

Fiesta de la Ascensión, fiesta para elevar el espíritu y los corazones hacia el cielo. Fiesta de envío misionero, para reavivar en cada uno esa vocación misionera incrustada en el corazón de todo cristiano, en el cumplimiento del mandato de Jesús. El mundo de hoy tiene muchas necesidades, materiales y espirituales, pero sobre todo tiene necesidad de Dios, de transcendencia, de cielo. Seamos testigos de esa otra vida, abramos una ventana al cielo, a la transcendencia, rompamos el techo cerrado que nos asfixia en un mundo que se encierra en sí mismo. Cristo resucitado ha subido al cielo, subamos con él.

 

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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Fuente original: https://www.diocesisdecordoba.es/carta-semanal-obispo/id-al-mundo-entero-y-haced-discipulos

Por Prensa