La misión diocesana está muy presente en Córdoba. Su presencia resulta vivificante para nosotros, que cada año, cada verano, permite participar en esta tarea de evangelización a algún grupo de cordobeses. Esta participación supone una conexión muy onda con el pueblo de Picota y los hermanos nos esperan. Antonio Reyes, es uno de los sacerdotes enviados a esta misión
¿Qué supone cada verano la llegada de cordobeses a Picota?
Supone una inyección de vitalidad y de ilusión. Este verano esperamos en una primera remesa a catorce, luego un grupo de SUF (Somos una Familia) de seis, del Seminario de Córdoba diecinueve con uno de los formadores, y también vienen dos médicos en el mes de septiembre, José Luis y Mari Carmen, su mujer, de la Delegación de misiones. Supone siempre una alegría para todos ver que los puentes de unión entre Picota y Córdoba están frescos, se recuperan después de la pandemia, que tanto daño ha hecho porque nos ha aislado muchísimo. Supone también en uno volver a redescubrir la inocencia de esa primera llegada a la misión, porque lo ve en ellos, en sus experiencias, en su manera de afrontar las dificultades, de encontrarse con las personas, de desplazarse a los distintos poblados y caseríos. Lo que ellos viven en primera persona, como primera experiencia, a ti te recuerda también lo que dice el libro del Apocalipsis, el primer amor, y te recuerda el motivo del porqué estás allí. Te hace aterrizar muchísimo más los pies en la tierra.
En una reunión con el padre Leopoldo Rivero, que va a venir este verano con Miguel Ramírez, el párroco de Fuente Palmera, me reconoció que no van a hacer nada, que van a recibir todo, y es verdad. En ese recibir todo, ellos te hacen partícipes también de su alegría. Pasa igual que cuando vienen grupos de médicos, como pasó el año pasado, que vinieron un grupo de veinte sanitarios, fue fantástico, porque la ilusión de ellos, el ver su trabajo, el ver que aquello lo sienten suyo, te hace sentirte muy arropado.
Esto no es solamente una empresa de dos sacerdotes que estamos allí sino que es también de la sociedad y en concreto de todos éstos que participan, porque pueden personalmente, otros lo hacen a través de comentarios en el Facebook, de seguirnos en las redes sociales, de donaciones, cartas, mensajes que nos hacen llegar, que te hacen verte muy arropado, como en una familia. Eso es muy bonito, es una experiencia gozosa. Cuando los ves llegar y se bajan del avión en Tarapoto, los recoges, los montas en las camionetas y los vas llevando y se lo vas enseñando todo, es como el que le abre su casa a quien es propietario de aquella casa. Para la población de allí supone siempre un motivo de alegría. Los presentamos en la primera eucaristía y se rompen en aplausos, en gratitud, saben que se estrechan lazos y saben que son parte de su vida parroquial, a los que no les ponen rostro y ahora sí. Cada uno va a sembrar lo mejor de sí mismo, entonces supone, cuando llegan estos momentos, un poquito de desconcierto, porque la casa donde nosotros estamos es pequeña, afortunadamente el padre Rafael Prados hizo una mejora de las instalaciones, muchas más habitaciones, pero los camarotes o las literas que tenemos son las que tenemos. Entonces tú ves que la casa se llena de vida y aquello los primeros días es un desconcierto.
También hay esa transmisión tan nutritiva de ver cómo ellos, nuestros hermanos en Perú, viven la fe. ¿Eso debe ser también un acontecimiento muy personal a ojos del misionero que está allí todos los días y que sabe cómo van creciendo en la fe ellos y la reciben los que van, no?
Sí, la población de Perú y en concreto la población de Picota está muy agradecida. De hecho en enero tuvimos la visita de D. Demetrio, que llevaba unos años sin haber podido ir y ellos lo viven con la gratitud de saber que tienen sacerdotes gracias a la generosidad de la Diócesis, que hace el sacrificio de tener una parroquia más y atenderla y se ha comprometido en atenderla con la presencia de dos sacerdotes, aunque es más grande que la diócesis de Córdoba, solamente nuestra provincia es muchísimo más grande en extensión. El núcleo son más de ciento quince caseríos, junto con la parroquia de Picota, que es el núcleo central.
Los vas conociendo, yo que llevo ya tres años, voy viendo como sobre todo en los pueblos es muy diferente a la ciudad. El distrito de Picota es un poquito más grande, es capital de provincia, entonces en los pueblos, por ejemplo, vas conociendo la vida de cada uno de los animadores, la historia de cada una de las personas, te vas acercando a sus casas y te ven como algo suyo, eres su sacerdote. Ellos te hacen partícipes de su alegría, de sus penas, de sus ilusiones, de sus circunstancias familiares y vas viendo el crecimiento, la progresión de los más pequeños, cuando llegué, que ahora ya son jóvenes. Los mismos encuentros de animadores no son lo mismo. Al principio, como no los conoces estás un poco más reticente, pero ya que me conocen me acogen y se crean vínculos muy grandes. Pasando por los distintos poblados no ves el nombre del poblado sino las historias de lo que hay en ese poblado, de los grupos juveniles, los animadores, los sacramentos que has ido celebrando allí, los enfermos que has ido visitando y que ya no están porque se han muerto en las casitas o en las dependencias donde antes estaban. Tengo que descubrirme ante los sacerdotes que me han precedido: Rafael Prados, Francisco Granados, Paco Delgado, Leopoldo Rivero y Juan Ropero. Ha habido una cadena de transmisión y uno ve el bien que han hecho esos sacerdotes y las siembras ocultas y calladas en el día a día.
¿Qué proyectos tiene ahora mismo la misión?
Tenemos muchos; consolidar la casa hogar en Shamboyacu, que está destinada principalmente a chicas y afortunadamente se va llenando cada vez más de vida y donde acuden también algunas personas a un comedor benéfico; el comedor parroquial, que se va consolidando también en Picota y hace tanto bien calladamente, sobre todo a personas con pocos recursos; y ahora estamos embarcados en un proyecto que habría que haberlo hecho, pero no se ha podido, que es la construcción de una botica médica en un pequeño terreno que hay justo al lado de la parroquia. Antes de que nos intervengan el solar y nos lo expropien había que levantar algo y simbólicamente hemos comenzado a levantar la estructura para que el gobierno peruano vea que el terreno tiene propietario y no nos lo expropie.
Nos pasó en Shamboyacu que matricularon a nombre de la Agencia Estatal de Bienes del Estado de Perú y no lo puedes recuperar. La botica médica es un proyecto que comenzaron las Madres Compasionistas cuando allí no había sacerdotes, hicieron una gran labor. Ahora contamos con tres religiosas Salesianas de Sagrado Corazón de Jesús que son enfermeras. Hay que hacer ese espacio y dotarlo mejor de una estructura consolidada. Estamos a la espera de una donación de un hospital de Lima de un ecógrafo para que las mujeres gestantes puedan ver que hay vida en su seno porque uno de los dramas en un sitio tan superpoblado y carente de afectividad es el aborto, con todas las secuelas que deja. En primer lugar, para quien no ve la posibilidad de nacer, y en segundo lugar, para la misma chica o la misma mujer que a veces acuden con desesperación a esta solución, que no es solución sino que agrava muchísimo más el problema. Podemos así dar una oferta sanitaria un poquito mejor.
Hubo algunas fotografías gracias a la maestría de Álvaro Tejero, nuestro compañero de la Delegación de Medios, que nos conmovieron, que atravesaron el océano para sostenernos de alguna manera, y por otra parte zarandearnos, por la belleza, por la alegría y también por la comunión entre ellos y nosotros que existe. ¿Qué ocurrió cuando fue el obispo en enero? porque realmente las fotografías nos hablaron de un obispo en misión verdaderamente
Fueron unos días preciosos, me asombró la vitalidad del Obispo, a todo decía sí. No hubo rincón al que le dijéramos de llevarlo que él dijera que no, al revés, siempre decía sí y además con una capacidad de adaptación al auditorio que nos dejaba sorprendidos. Adaptaba perfectamente el mensaje, si tenía que hablar con profesores o por el contrario con gente muy humilde, con tranquilidad y paz. Para Picota fue como si hiciera la visita pastoral, todas las comunidades que tuvieron la suerte de recibir su visita le dieron las gracias y le pidieron más sacerdotes. Ver la ilusión de ellos al visitar su comunidad, sacramentar a los niños, preocuparse por ellos y compartir con él la mesa fue una inyección de vitalidad. Se han reforzado los lazos de comunión entre la Diócesis y esta parcela de la Diócesis que está allí. Para ellos es una experiencia de gracia.
Con la oración podemos sostener la vitalidad de esta misión y de sus sacerdotes, que incansablemente se están entregando a ella, pero hay también otras formas, porque los recursos materiales son necesarios
Aquella misión vive de las donaciones de las colectas de las personas y de la aportación de la Delegación de Misiones de Córdoba. Hay que expresar la gratitud a Cáritas Diocesana que apoya en la casa hogar, al Cabildo Catedral y a tantas instituciones que se vuelcan económicamente. La providencia siempre salva y tiene rostro y corazón de cordobeses que se vuelcan. No obstante, la oración es el motor clave y nos sostiene.
La entrada “Cada misionero siembra en Picota lo mejor de sí mismo” apareció primero en Diócesis de Córdoba.
Fuente original: https://www.diocesisdecordoba.es/noticias/cada-misionero-siembra-en-picota-lo-mejor-de-si-mismo