Durante este fin de semana, con el lema Confiamos en tu misericordia, se ha celebrado en Madrid el I Congreso Nacional de la Divina Misericordia. El sábado, la catedral de Santa María la Real de la Almudena acogió una vigilia de oración, presidida por el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro. El cardenal electo subrayó que la justicia de Dios desentona de la que utilizamos los hombres, porque «Dios nos regala hasta su propia vida», y «esa es su medida: la desmedida del amor». Tras recordar cómo Jesús recorría las ciudades y las aldeas proclamando el Evangelio, «curando toda enfermedad y toda dolencia», señaló que la dolencia del ser humano «es el no experimentar en su vida esa medicina única e inigualable que nos hace tener voz», que «hace posible comunicarnos y que nuestra comunicación sea para vitalizar a todo el que está alrededor nuestro».
Hoy, expuso, «en toda las latitudes de la tierra», el ser humano «tiene necesidad de experimentar el cariño y el amor de Dios en su vida», de sentir «la cercanía de Dios», porque «el ser humano no puede seguir viviendo desde sí mismo; cuando lo hace, ni se conoce, ni puede comunicarse en plenitud con todos los hombres como imagen y semejanza de Dios que es».
En ese sentido, «el ser humano, la belleza que tiene, nos la ha dado Dios mismo a nosotros cuando nos crea». El ser espejo de lo divino, dijo, «el ser siempre vivificadores de lo que es Dios es la gran tarea que tenemos en este mundo». Pero «no la podemos vivir ni ejercer si no nos acercamos a quien es el amor y la misericordia, si no experimentamos en lo más profundo de nuestro corazón ese amor de Dios que plenifica nuestra vida». El amor y la misericordia del Señor, aseveró, «nos humanizan, nos engrandecen».
Así, recordando las palabras Papa Francisco en la bula del Año de la Misericordia, incidió en que «la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia es la misericordia». Como Jesús, que «salía y recorría las ciudades y las aldeas, y entregaba la misericordia», la Iglesia «nos pide que hagamos lo mismo, llevando la alegría que proviene de ser discípulos de Cristo, que conlleva el haberlo conocido y el haber dejado ocupar nuestra vida por la misericordia». Así pues, «regalad y mostrad el amor misericordioso», porque «esto es constitutivo de la misión que Cristo nos entrega».
Finalmente, el prelado señaló que el amor de Dios «nos une, nos construye, nos alienta, nos anima y no nos dispersa». De esta manera, animó a todos los presentes en el encuentro a «salir por el mundo» y a «vivir con el compromiso de regalar la misericordia de Dios a los hombres, llevando y mostrando la buena nueva de la dignidad humana», que «se da y se entrega cuando al otro le hacemos experimentar que Dios le ama y le quiere incondicionalmente». «Hagámoslo juntos, hagámoslo en la unidad», concluyó.