El pasado domingo, el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, presidió la Eucaristía del I domingo de Adviento en la catedral de Santa María la Real de la Almudena. En su homilía, el prelado señaló que comenzamos «alegres» el nuevo año litúrgico, «porque queremos entrar en la casa del Señor, como hemos cantado en el salmo 121». Alegres, dijo, «porque vamos a encontrarnos con nuestro Señor, porque queremos oír y celebrar el nombre de Dios, que es realmente el nombre nuestro». «Dios nos ha dado un nombre, y somos hijos de Dios y hermanos de los hombres».
Voviendo al salmo proclamado, deseó que la paz de Dios «llegue a todos los hombres, que ocupe la existencia de la Iglesia, la nueva Jerusalén, de la que somos parte»; que esta paz «nos dé seguridad, porque las armas que nos quiere entregar el Señor son las suyas». Y así, recordó, «esperamos la venida del Señor y queremos celebrar el nacimiento de Jesucristo».
Además, alentó a todos, en este tiempo de Adviento, a ponerse en camino: «Sí, nos lo está gritando el Señor» y «Él nos va a instruir a la hora de ir haciendo el camino, nos va a dar su luz y va a hacer posible que marchemos por las sendas que Él quiere, y no por las nuestras». Y, recordando la figura de la Madre de Dios, preguntó: «¿No es esto lo que hizo la Santísima Virgen María, una figura fundamental del Adviento, quien se puso en camino cuando vio que Dios iba a venir». Que esta Navidad, continuó, «no la celebremos de igual manera, sino como lo hizo Ella: caminemos, subamos, instruyámonos según el Señor».
«En el camino encontraremos dificultades», expuso el cardenal, «pero si nosotros caminamos instruidos por el Señor, por su luz, haremos posible que esas espadas que queremos poner para estropear a los demás, se conviertan en instrumentos de paz, de concordia, de reconciliación, de amor entre los hombres, de entrega y de servicio incondicional». «Todo lo cambia Dios» porque «de las espadas hace arados que roturan la tierra, para que dé más fruto».
En una catedral repleta de fieles, animó a cada uno de los presentes a dejar «que entre el Señor y roture vuestra tierra, mueva vuestro corazón, vuestras entrañas y vuestra vida». Este tiempo de Adviento, señaló, «es importante para ponernos de cara al Señor», así que «pongámonos en camino y caminemos a la luz del Señor».
Tiempo para conversar con Dios y entregar su rostro
El prelado, además, les pidió tener tiempo «para conversar con Dios» y para «entregar a los hombres el rostro de Jesucristo». Y hacerlo, dijo, «en este momento de la historia que vivimos: un momento especialmente importante para que los discípulos de Jesús entreguemos a esta situación en la que viven los hombres su rostro».
Recordando las palabras de san Pablo, reveló que «es importante que los discípulos de Cristo nos despertemos del sueño y descubramos que la salvación está cerca, y la salvación es Cristo». «Las tinieblas y la oscuridad no sirven para arreglar este mundo, y las oscuridades las damos los hombres cuando eliminamos a Dios de la historia».
Hoy, aseveró, «el Señor quiere cambiar nuestra vida, que nos pongamos en camino, que meditemos con Dios y que nos vistamos del Señor Jesucristo». Porque «Cristo no nos engaña, Él quita las tinieblas y la oscuridad de este mundo», pero «para ello hay que cambiar el corazón». Y hacerlo, señaló el cardenal, porque «el Señor nos pide que tengamos el coraje de existir: un coraje que es importante». Si no, «recordemos las crisis profundas de la historia de los hombres, los valores que se están perdiendo y que necesitamos para vivir». Así, incitó a todos a no vivir «frívolamente», dejando que Jesús «nos siga haciendo la misma pregunta: ¿Vivís despiertos o adormilados? ¿Vivís en la rutina de cada día, de ir marchando sin más, o vivís con meta? Porque el Señor, en el Evangelio, nos dice que no vivamos distraídos y nos recuerda que puede venir en cualquier momento».