Llegamos así al último domingo del año litúrgico, la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, que viene a ser como el colofón del Año litúrgico. Comenzamos celebrando su nacimiento, su primera venida del cielo a la tierra y la última venida al final de los tiempos; nos hemos detenido en su misterio pascual, la pasión y muerte que culmina en la resurrección y el envío del Espíritu Santo; y concluimos el año con esta fiesta de Jesucristo Rey.
No es un reino al estilo de los reinos de este mundo. El reino de Cristo es de otro calibre. Consiste en dejar a Dios ser Dios y colaborar con él para que todo se oriente desde Dios y para Dios. A lo largo de la historia de la salvación, Dios ha ido dando pasos para instaurar su reinado en la historia de los hombres y ha encontrado continuas resistencias a este proyecto. La primera y principal es el pecado, en la ruptura con Dios y en la ruptura con los hermanos. La venida de Jesucristo ha supuesto la llegada definitiva del reino de Dios entre los hombres y con él ha comenzado esa etapa última que tiene que llegar a su consumación. Este reino de Dios lo ha instaurado Jesús mediante su entrega en obediencia de amor a su Padre y de amor por todos los hombres. Este reino de Dios lo ha recibido Jesús en su gloriosa resurrección. Celebrar a Jesucristo como Rey es acoger su misterio pascual de muerte y resurrección y poner nuestra vida en esa ofrenda de amor. “Él nos ha sacado de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo, por cuya sangre hemos recibido la redención”.
“Venga a nosotros tu reino”, pedimos en el padrenuestro, significando que estamos dispuesto a participar en ese reino y a colaborar en que ese reino se implante en todos los niveles de la vida humana, personal y social. El reino de Dios no se construye desde el poder, sino desde la humildad y el despojamiento. El reino de Dios no es una demostración de fuerza humana o una combinación de mentiras organizadas para triunfar. Es “un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz”, rezamos en el prefacio de la fiesta. Es un reino que viene de lo alto, que es gracia, que instaura la paz duradera por el camino de la justicia incluida en la misericordia.
El evangelio de este día nos presenta la escena de la crucifixión de Jesús junto a los dos ladrones, una escena de misericordia del corazón de Cristo en ese momento supremo para él y para el buen ladrón. Uno de ellos sigue despotricando hasta la muerte, maldiciendo a Dios en medio del sufrimiento; el sufrimiento le ha rebotado contra Dios. Pero otro se siente tocado por la cercanía de Jesús y entiende su propio sufrimiento con sentido expiatorio: abierto a la gracia, descubre su realidad y confía en la misericordia de Dios en Jesucristo. “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”, le dice a Jesús. “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”, le responde Jesús.
Sea cual sea nuestra situación, el reino de Dios instaurado por Jesucristo está dirigido a los pecadores, como el buen ladrón, que confían en la misericordia de Dios. Y confían hasta el momento supremo y final. La fiesta de Jesucristo Rey del universo es una nueva oportunidad de experimentar la misericordia de Dios en el corazón de Cristo, capaz de compadecerse de nuestras debilidades y de perdonar nuestros pecados. Que el año que termina nos traiga gracias abundantes de perdón y misericordia para todos, y así vendrá a nosotros el reino de Dios.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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Fuente original: https://www.diocesisdecordoba.es/carta-semanal-obispo/acuerdate-de-mi-cuando-llegues-a-tu-reino