El premio Bárbara Castro “A un corazón de madre” ha recaído sobre la cordobesa Anabel Mialdea
Un año más, se ha llevado a cabo el premio Bárbara Castro “A un corazón de madre”, una iniciativa que surgió de la propia familia de Bárbara Castro y del Instituto CEU de Estudios de la Familia, para guardar la memoria de esta antigua alumna que decidió seguir adelante con su embarazo pese a haber sido diagnosticada de una grave enfermedad.
Destinado, por tanto, a premiar el apoyo a la maternidad o su vivencia en situaciones de dificultad, este premio ha recaído este año en la cordobesa Anabel Mialdea, vicepresidenta de Adevida, ONG a la que ha decidido donar la dotación económica.
Anabel es madre de dos hijos adoptados, Ana y Rafa, ambos de origen ruso. Junto a su marido Rafael, vivieron un proceso de adopción difícil que superaron “unidos, con la ayuda de Dios y la fuerza del Espíritu Santo”, como ella misma cuenta en su testimonio.
Rafa fue el primer hijo que llegó a sus vidas con tan sólo 18 meses. A pesar de haber sido prematuro y de nacer con poco más de un kilo en condiciones precarias, Rafa salió adelante sin incubadora ni nada, “nada ni nadie le pudieron arrebatar la vida”. “Me emociono al recordar cuando me lo pusieron en mis brazos, así como el primer beso ‘regalado’ que me dio mi niño”, cuenta Anabel. “Al llegar Rafa, todo fue nuevo para mí, como para cualquier madre primeriza, pero con la ayuda de Dios y mucho cariño nos fuimos puliendo el uno al otro”, asegura.
La historia de Ana fue totalmente distinta, una situación dura que supieron afrontar con la ayuda de Dios.
Tras la denuncia de los vecinos que creían escuchar animales encerrados, descubrieron a Ana en un estado lamentable con tan solo dos meses de vida. “Había sido prematura y tuvo graves problemas, pero yo no soy nadie para juzgar a su madre biológica habiendo nacido yo en este lado dulce de la vida”, explica Anabel. El estado ruso le retiró la custodia a la madre y Ana, tras cinco meses en una UCI, fue entregada a una casa-cuna para enfermos cerebrales, algo que como indica Anabel, “lo conocimos después, porque al viajar a Rusia cuando nos la asignaron, nos omitieron sus problemas de salud y nos dimos cuenta de lo que ocurría al conocer la casa en la que se encontraba”. Tanto Anabel como su marido aseguran que lo que sintieron en ese momento “fue visto y no visto”, porque “todo se volvió paz y serenidad cuando nos miramos y nos convencimos que si Dios nos la puso en nuestros brazos, la niña es nuestra”.
Con cuatro años y medio Ana llegó a la casa de Anabel y Rafael, para completar así la preciosa familia que hoy forman. Ana ha sido ocho veces operada en España, sufría fisura palatina y retraso de crecimiento, pero esto no le ha impedido para nada ser una niña alegre, cariñosa y llena de vida. En casa, “es la felicidad con zapatos”, aseguran sus padres quien con este testimonio han querido resaltar que “para adoptar, hay que tener un corazón muy grande, una mente amplia, y saber que adoptar no es un acto de caridad como muchos creen, sino un acto de amor”.
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