Carta del Obispo de Ibiza
La realidad del hambre nos remite al cuerpo necesitado y por tanto nos remite a lo más básico de la existencia. Aquí el criterio no es de verdad o falsedad. En este problema, el criterio es de vida o muerte. La vida es la condición de posibilidad de cualquier valor y de todo derecho.
Hablar del hambre es fácil y más, cuando quienes hablan, no suelen pasar necesidad ni viven en condiciones precarias. Por eso, quizá para muchos oír habar del hambre se algo superfluo o una cuestión lejana. Parece también lógico que la Iglesia hable de este gran problema que afecta a una parte de la humanidad, incluso en nuestro país. Pero dentro de esa misma dinámica hay quién pudiera pensar que ese es el cometido de la Iglesia: hablar, hacer discursos.
Hay que tomarse en serio los discursos del hambre y tratar de que no sean únicamente resultado de una inmediata mala conciencia, sino que sean el punto de partida una nueva humanidad, de una nueva sociedad, de un cambiado ser humano con vocación para acabar con el problema del hambre. Decir “nueva” significa que esta novedad debe impregnar la manera de hacer política, de hacer economía, de crear una nueva cultura en la que, por una vez, aunque sea por una vez, se fije la mirada en Jesucristo. Él no hizo discursos sobre el hambre, él dio de comer. Él prometió a quienes estaban dispuestos a “dar de comer” que tendrían su recompensa. Él, de la misma manera que a quienes saben dar y compartir con el hambriento los llama “benditos de mi Padre”, a quienes no quieren ver a los hambrientos ni prestarles auxilio les cierra las puertas de su reino.
El problema del hambre reclama una nueva manera de pensar y de solucionar las cuestiones; pero, por encima debates, noticias y discursos, el hambre reclama la necesidad de dar asistencia inmediata para resolver el problema vida–muerte que se ha creado. Aunque no es lo mejor (lo mejor sería buscar soluciones definitivas), lo mínimo imprescindible es enviar ayuda inmediata a las personas que padecen hambre.
Por ello, resulta una cuestión radical, es decir, esencial, previa a cualquier otra consideración, incluyendo la posibilidad de formar una “comunidad de reflexión” que busque soluciones, que haya una comunidad de personas sensibilizadas, conscientes que, mientras se habla o se hacen discursos, hay hombres, mujeres y niños que mueren por no tener qué comer, por no tener agua, por no poder combatir sus enfermedades. En definitiva, personas sin esperanza.
“Manos Unidas” nos dice que está en nuestras manos poner freno. Ciertamente es así. Pero, sobre todo, lo que está en nuestras manos es dar esperanza.
El papa Francisco con la claridad que lo caracteriza ha dado al hambre otros nombres: escándalo y vergüenza. Colaborar para erradicar el hambre, es lucha contra un escándalo, es no escandalizar a nadie. Colaborar para parar el sufrimiento del que pasa hambre es dejar de avergonzar a quien carece de lo necesario para vivir.
“Manos Unidas” nos dice: “Necesitamos tus manos. Todas las manos suman, todas cuentan y todas pueden ayudar”. Hagamos caso. Ayudemos.
+ Vicent Ribas Prats
Obispo de Ibiza
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