José Manuel Ruiz Ruiz
Puebla del Río (1992)
Seminarista del 3º curso del Seminario Metropolitano de Sevilla
¿Cómo surge tu vocación sacerdotal? ¿Recuerdas el momento – a modo de flack – en el que respondiste como Samuel: “Habla Señor que tu siervo escucha?
Aunque no pertenezco a una familia practicante ni especialmente religiosa, desde pequeño siempre he sentido una sensibilidad especial por lo religioso y era muy cofrade. Creo que Dios puso en mí la semilla de la fe, y fueron las cofradías el medio del que se valió para mantenerme al menos en una vida de fe durante años y vinculado así a mi parroquia Nuestra Señora de la Granada de La Puebla del Río, aunque no fuese especialmente activo en ella ni frecuentase los sacramentos. Participaba en el grupo joven de mi Hermandad de los Dolores de La Puebla del Río y, al cumplir los 18 años, pasé a formar parte de su junta de gobierno, de la que fui miembro durante 11 años, hasta el momento de entrar al seminario.
Estudié Medicina, pero ya desde el principio veía que quizá no era mi sitio, faltaba algo para ser plenamente feliz. Durante años me implicaba en mil actividades y llenaba mi tiempo, pero siempre me faltaba algo. Fue el testimonio de un seminarista destinado de pastoral a mi parroquia lo que despertó preguntas en mi interior: yo no comprendía cómo un joven podía renunciar a sus propios planes y proyectos, a su vida, y ser más feliz que yo que tenía lo que quería. Aquel año nos llevó a un grupo de jóvenes a realizar el camino de Santiago junto con la Pastoral Juvenil y el SARUS y fue allí, en un Adoremus, donde sentí que el Señor encajaba como un puzzle todas esas piezas de mi vida que no conseguía ordenar. Fue un verdadero encuentro personal con Jesús que me llevó a una fuerte conversión interior. A partir de entonces mi vida cambió: la oración pasó a ser algo indispensable en mi día a día, así como frecuentar los sacramentos de la eucaristía y la reconciliación, me impliqué en mi parroquia como catequista y voluntario de Cáritas, comencé a tener acompañante espiritual y me impliqué en el SARUS y la Pastoral Juvenil.
Desde Cristo, ahora sí, mi vida tenía un sentido. Durante las prácticas clínicas de la carrera, por ejemplo, sentía que el Señor me llamaba no tanto a aliviar los sufrimientos físicos sino los espirituales, del alma, e intentaba pasar el máximo tiempo hablando con los pacientes y sus familias, especialmente escuchándolos, que es quizá una de las mayores necesidades que tiene el hombre hoy día.
Pero, aun así, no me atrevía a dar un paso más en mi vida, me daba miedo cómo fuese a reaccionar mi entorno, familia y amigos, y me daba miedo también renunciar a los proyectos futuros de tener un buen trabajo y formar una familia. Así estuve durante varios años, hasta que tras unos ejercicios espirituales en diciembre de 2019 decidí que tenía que dar el paso y confiar en el Señor. El confinamiento durante la primera parte de la pandemia también fue un punto importante porque experimenté la necesidad que tenía de acudir a la eucaristía y de celebrar la fe en comunidad. Fue en septiembre de ese año 2020 cuando ingresé en el seminario.
¿Cómo reaccionó tu familia cuando le comunicaste tu inquietud vocacional? ¿Cómo ha vivido tu familia la perseverancia con la que has vivido tu proceso de discernimiento?
Al principio fue difícil porque, como digo, nunca hemos sido una familia practicante, y para ellos era difícil entender cómo después de los años sacrificados estudiando una carrera como Medicina, renunciaba a eso. Pero ellos poco a poco han ido viendo cómo el camino que he elegido me hace feliz y, por tanto, ellos también comparten esa felicidad.
¿Te ha resultado fácil vivirlo durante la adolescencia, en el instituto, o te has sentido en algún momento juzgado por otros jóvenes de tu edad?
En el mundo de hoy ya simplemente declararse cristiano en público está mal visto en determinados ambientes, más aún cuando dices que eres seminarista. Quizá yo antes de mi conversión tenía también muchos prejuicios hacia quienes se declaraban abiertamente cristianos y católicos. Cuando dije que entraba al seminario, recibí reacciones de todo tipo: muchos amigos y conocidos se lo esperaban, otros no lo comprendían y se llevaban la sorpresa, la mayoría se alegró y solo algunos pensaban que estaba desperdiciando mi vida.
¿Cómo era tu vida diaria antes de entrar al Seminario? ¿Pertenecías a algún grupo, movimiento o hermandad?
Mi vida antes del Seminario Metropolitano de Sevilla era similar a la de cualquier otro joven. Estudiaba en la universidad y allí me impliqué en la representación estudiantil (delegado de clase, miembro de la delegación de alumnos y junta de facultad), salía con mis amigos, participaba en la vida de mis hermandades y de mi parroquia. Como he dicho, era miembro de junta de gobierno en la Hermandad de los Dolores de La Puebla del Río, y también formé parte casi 10 años del grupo de acólitos de la Hermandad del Museo; era catequista y voluntario de Cáritas y también fui músico desde los 15 años en la Banda Municipal de La Puebla del Río.
Con respecto a tu vida en el Seminario Mayor, ¿es como esperabas? ¿Qué es lo que más te ha sorprendido? ¿Y aquello que más te está costando abordar?
Realmente no me había hecho ninguna expectativa concreta, vine sin saber muy bien cómo sería. Quizá lo que más me ha sorprendido es ver cómo el Señor se sirve de hombres tan distintos, de diferentes edades, historias y procedencias. Ha sido algo que me ha abierto mucho los ojos. He encontrado una comunidad en la que, como digo, a pesar de las diferencias entre nosotros, voy aprendiendo poco a poco a ver y querer como a un hermano al que tengo al lado, incluso aunque a veces discrepemos, pero nos une un Amor mucho más grande.
¿Te identificas con algún pasaje bíblico en específico, por medio de cual sientes que Dios te habla directamente? ¿Por qué?
Con la vocación de los primeros discípulos en Lc 5, 1-11 por razones obvias. Cuando hace años leí las palabras de Jesús «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» y cómo ellos lo dejaron todo y lo siguieron, sentí en mi corazón que aquello iba dirigido a mí mismo.
¿Cuáles son tus lecturas espirituales preferidas? Sobre los santos y santas de la Iglesia, ¿Hay alguno/a en concreto que te llame la atención y cuya vida y obra te interpele profundamente?
Sin duda la lectura espiritual que hago con más frecuencia desde que entré al seminario, porque es de la que más provecho saco, es la Palabra de Dios por el método de la lectio divina. También disfruto especialmente leyendo a un gigante como ha sido Benedicto XVI, o al cardenal Van Thuan.
En cuanto a santos, se me hace difícil elegir. El testimonio de san Maximiliano María Kolbe me impactó mucho desde que estuve en Auschwitz, y san Juan Pablo II, que creo que ha sido un papa y un santo que nos ha marcado a muchas generaciones.
¿Cuáles crees que son los principales desafíos a los que se enfrentan los futuros sacerdotes?
Son muchos los desafíos. Lo más urgente, y que no solo incumbe a los sacerdotes, es la evangelización en un mundo que rechaza a Dios pero que está ávido de respuestas a sus preguntas más profundas y trascendentales, que necesita un mensaje de esperanza. Creo que lo que de verdad cala en las personas es lo auténtico, lo verdadero, sin aditamentos. A veces hemos adornado de mil formas el mensaje que queríamos transmitir y se ha acabado diluyendo. O hemos sido nosotros mismos los que con un mal ejemplo de vida hemos dado al traste con lo que predicamos. Tendremos que buscar los medios para llegar a la gente, pero no hacen falta grandes inventos: anunciar el kerigma y dar un testimonio de vida auténtico. Por eso los sacerdotes del futuro, así como los del presente, tenemos que dar un verdadero ejemplo de vida coherente, de alegría y de entrega.
Recibiste hace pocos días el ministerio del lectorado. ¿Qué supone para ti en tu proceso de formación?
Lo vivo con mucha ilusión. Es el primer compromiso serio dentro del proceso de formación, cuando voy llegando al ecuador de este camino, y una confirmación por parte de la Iglesia de la llamada de un día recibí. Pero también lo vivo como una responsabilidad que me da la Iglesia de proclamar la Palabra de Dios, no solo en la celebración litúrgica, sino también con el ejemplo de mi propia vida.
¿Qué dirías a un joven que, como tú hace unos años, se plantease la vocación sacerdotal como opción de vida?
Le diría que entiendo los miedos e inseguridades que puedan surgir, pero que la felicidad que ofrece el mundo es caduca. La felicidad plena está en cumplir con lo que Dios ha pensado para cada uno de nosotros, sea en la vocación que sea y, en particular, el camino de la vocación sacerdotal es apasionante. Yo siempre tuve en mente formar una familia y me encantan los niños, pero cada día descubro más que en esa renuncia que he hecho, el Señor me da el ciento por uno.
Sabemos de tu pasión por la música, un hermoso don para alabarlo a Él y ponerlo al servicio de la comunidad. ¿No es así?
Sí. Como ya he mencionado, he sido durante muchos años componente de la Banda Municipal de Música de La Puebla del Río tocando el clarinete. La música siempre me ha acompañado y ha sido mi medio para expresarme en muchos momentos. Yo pensé que al entrar al seminario tendría que dejar la música, pero nada más lejos de la realidad. Somos varios músicos en el seminario y hemos formado una pequeña orquesta con la que intentamos que la gente tenga un momento de encuentro con Dios en oraciones que hacemos abiertas al público.
Este año que estoy destinado a la Pastoral Vocacional, siempre pido especialmente a los adultos de las parroquias a las que voy que no acallen la voz del Señor entre los niños y jóvenes, que hablen y favorezcan la vocación a la vida sacerdotal y religiosa, el mundo necesita hombres que sigan haciendo presente a Cristo y personas que se entreguen a una vida de oración, que es lo que nos sostiene en los momentos de dificultad.
Fuente original: https://www.archisevilla.org/dia-del-seminario-2023-el-senor-encajaba-como-un-puzzle-todas-esas-piezas-de-mi-vida/