Celebramos hoy el Domingo Mundial de las Misiones, la Jornada que nos ayuda a mantener viva la conciencia de que la Iglesia es misionera por naturaleza y a apoyar a los misioneros en su labor evangelizadora. El lema de este año se inspira en el último diálogo de Jesús resucitado con sus discípulos antes de ascender al Cielo, tal como narra el libro de los Hechos de los Apóstoles: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra» (1,8). El papa Francisco, en su mensaje, nos anima a meditar y vivir los tres fundamentos de la vida y de la misión de los discípulos: La llamada de todos los cristianos a dar testimonio de Cristo, la actualidad perenne de una misión de evangelización universal y, por último, dejarse fortalecer y guiar por el Espíritu.
La misión es obra de toda la Iglesia, todo bautizado está llamado a la misión en la Iglesia; se realiza de manera conjunta, no individualmente; en comunión con la comunidad eclesial y no por propia iniciativa. Por otra parte, el discípulo ha de plantear su vida personal en clave de misión, porque la misión no sólo se realiza, sino que también se vive. Anunciar el Evangelio no es pronunciar comunicados o relatar acontecimientos que no afectan a la propia vida ni la comprometen. Anunciar el Evangelio es proclamar la salvación de Dios, que incide y penetra de manera tal que acaba transformando la historia personal y la historia de la humanidad.
Es proclamar la salvación de Dios por Cristo en el Espíritu, anunciar el Reino de Dios, una realidad tan revolucionaria que hace nuevas todas las cosas. Si el que proclama esta Buena Nueva la experimenta en su vida, hablará con fuerza, con alegría, con esperanza; su palabra participará del fuego de toda palabra profética, porque está al servicio de la Palabra y es transparencia de la Palabra. En definitiva, es una palabra convencida y convincente, porque como señaló san Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio» (Evangelii nuntiandi, 41).
La misión tiene un carácter universal. El libro de los Hechos de los Apóstoles narra este movimiento misionero que presenta una imagen de la Iglesia “en salida” para cumplir su vocación de testimoniar a Cristo Señor, guiada por la Providencia divina en sus circunstancias concretas de vida. Los primeros cristianos fueron perseguidos en Jerusalén y por eso se dispersaron por Judea y Samaría, y anunciaron a Cristo por todas partes (cf. Hch 8,1.4). En la actualidad, los miembros de la Iglesia son impulsados a continuar la misión por la caridad, con la cual aman a Dios y desean participar, con todos los hombres, del bien supremo del Espíritu Santo que nos da Cristo y, por lo tanto, del gozo inmenso de la vida de hijos de Dios. A esta vida nueva de hijos de Dios han sido destinados y llamados todos los hombres y las mujeres en un solo pueblo.
La misión de la Iglesia empieza en la Pascua de Resurrección y Pentecostés. La venida del Espíritu Santo convierte a los apóstoles en testigos de Cristo resucitado. Reciben la luz en su entendimiento para comprender la palabra de Jesús y la misión que tienen que desarrollar; reciben la fuerza en su voluntad que los capacita para dar testimonio con audacia y fortaleza. Por eso decimos que la misión de la Iglesia es obra del Espíritu. En este día, de una manera especial, rezamos, ayudamos y recordamos con gratitud a todos los misioneros y misioneras, y pedimos por las vocaciones misioneras. María, Reina de las misiones, es la madre y maestra que nos acompaña en el camino de la misión.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla
Fuente original: https://www.archisevilla.org/domund-2022-sereis-mis-testigos-carta-pastoral-del-arzobispo-de-sevilla-23-10-2022/