El tiempo de Adviento es sin duda la llave del calendario litúrgico. Con las primeras vísperas del domingo I de Adviento nos introducimos en ese largo periodo de tiempo que conocemos como año litúrgico, una de las riquezas que la Iglesia ofrece como itinerario para vivir y participar activamente en el misterio de salvación que tan solemnemente celebramos la noche de Pascua.
Tras la celebración de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el cristiano se disponemos a iniciar este santo tiempo donde se afina nuestra esperanza. ¿Qué esperanza? Esperanza, ¿en qué?, ¿en quién?
Al respecto, el papa emérito Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi sobre la esperanza cristiana, respondiendo a esta cuestión, comienza diciendo: “Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. Ahora bien, se nos plantea inmediatamente la siguiente pregunta: pero, ¿de qué género ha de ser esta esperanza para poder justificar la afirmación de que, a partir de ella, y simplemente porque hay esperanza, somos redimidos por ella? Y, ¿de qué tipo de certeza se trata?”.
La demostración no puede ser más urgente: “Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza”.
Adviento es el tiempo de preparación para la solemnidad de la Navidad, en la que conmemoramos la primera venida del Hijo de Dios a los hombres. Pero es también el tiempo en el que nos abrimos a la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta “espera” del Mesías.
La oración colecta del I domingo de Adviento propone la siguiente oración: “Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno”.
¡Estad atentos y vigilantes!
El papa Francisco ha invitado a vivir un Adviento “atento y vigilante”, las principales condiciones para no seguir “perdidos en nuestros pecados y nuestras infidelidades”. Sólo así, ha asegurado el Pontífice, podremos permitir a Dios “irrumpir en nuestras vidas, para restituirle significado y valor con su presencia”. En esta línea, ha expresado que el Adviento es el tiempo “que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo”.
Pero para estar atento, ha dicho el Papa, es necesario “no dejarse llevar por la distracción o la superficialidad, sino vivir en modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás”. De este modo, aun en el ruido del mundo, “somos conscientes de las lágrimas y las necesidades del prójimo, y podemos captar también las capacidades y cualidades humanas y espirituales”. Por eso, el Obispo de Roma ha pedido contrarrestar la indiferencia y la crueldad del mundo poniendo el foco en la “riqueza escondida en las pequeñas cosas de cada día, precisamente allí donde el Señor nos ha colocado”.
¡Maranathá!
El color propio de este tiempo es el morado. Su duración es de unas cuatro semanas y siempre tiene cuatro domingos. Desde el primer domingo de Adviento hasta el 16 de diciembre, inclusive. En este tiempo nos fijamos más en la segunda venida de Cristo; tomamos conciencia de ese inminente acontecimiento y nos preparamos para ello suplicándole que venga a nosotros y cumpla sus promesas: ¡Ven Señor, no tardes!
Del 17 hasta la tarde del 24 de diciembre, el sentido espiritual cambia totalmente, pues nos fijamos más en la primera venida, acompañando litúrgicamente a María y a José en su preparación para la venida del Emmanuel.
Los personajes del Adviento son: Isaías (primera semana), Juan el Bautista (segunda y tercera semanas), María y José (cuarta semana). Cada domingo tiene un tema específico propio en cada uno de los tres años del ciclo de lecturas: La vigilancia en la espera del Señor (dom. I); La urgencia de la conversión en los avisos de Juan el Bautista (dom. II); El testimonio del Precursor (dom. III) y El anuncio del nacimiento de Jesús (dom. IV)
Antífonas de la O
Estas antífonas mayores son siete y se proclaman del 17 al 23 de diciembre. Aunque fueron compuestas hacia los siglos VII y VIII. Las antífonas de Adviento han sido parte de la tradición litúrgica desde los primeros tiempos de la Iglesia cantan a Cristo, el esperado por todos los pueblos, y muestran las ansias con que la Iglesia anhela su venida. Son un compendio de la cristología más antigua de la Iglesia y expresan el deseo de salvación de toda la humidad a lo largo del tiempo.
Estas breves oraciones dirigidas a Cristo condensan el espíritu del Adviento y la Navidad. La admiración de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre, se expresa en la exclamación “Oh”. Nos muestran la compresión cada vez más profunda del misterio de Cristo y la súplica urgente por su venida: ¡Ven Señor!
Cada antífona empieza con la exclamación Oh, seguida de un título mesiánico tomado del Antiguo Testamento, pero interpretado a la luz del Nuevo Testamento. Los títulos son:
O Sapientia (Sabiduría), O Adonai (Señor Poderoso), O Radix (Raíz), O Clavis (Llave), O Oriens (Sol-Amanecer), O Rex (Rey), O Emmanuel (Dios con nosotros).
Si se lee cada título mesiánico en latín y se toma la primera letra, en orden inverso, es decir –Emmanuel, Rex, Oriens, Clavis, Radix, Adonai, Sapientia– tenemos el acróstico ERO CRAS, que significa “mañana vendré”.
En este sentido, “la puerta oscura del tiempo, del futuro – escribe Benedicto XVI – ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva”.
Fuente original: https://www.archisevilla.org/el-adviento-es-esperanza/