Ha sido hace muy pocos días. Todos los medios de comunicación se han hecho eco de la historia de una mujer consagrada que durante años ha dado la vida por los más pobres y a la que, en el ejercicio de su consagración, le han quitado la vida.
El lunes, junto a sus hermanas de Jesús-María y cientos de amigos, oímos una grabación con música compuesta por ella y con su propia voz en la que, con palabras de santa Teresa de Jesús, resumía algo determinante en su vida: «Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta». Gracias hermana Isa por recordarnos lo que tiene que ser definitivo y explicación de toda nuestra existencia. Gracias por poder escuchar con tu voz cómo vivir con fe, esperanza y amor. Gracias porque nos has enseñado a poner la vida en manos de Dios. Gracias por tu testamento espiritual que unos meses antes escribías con el gozo y la confianza puesta en el Señor. Gracias porque nos recuerdas que, en este momento de la historia, hacen falta hombres y mujeres recios que sepan poner la vida en manos del Señor. Nos lo recuerdas con tu música y con la letra de una mujer excepcional: «Nada te turbe». Algo que podríamos expresar también con palabras del apóstol san Pablo: «Todo lo considero una pérdida comparado con el supremo valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor» (cfr. Fl 3, 8).
Hermana Isa Solá, el municipio de Cabrera de Mar, en Barcelona, te vio nacer en 1965. Eras la pequeña de seis hermanos. Podías haber escogido una vida fácil, tu familia así te lo facilitaba. Pero escuchaste la llamada del Señor y, junto a las religiosas de Jesús-María, encontraste lo que en tu corazón soñabas y querías hacer realidad. ¡Qué sueño más bello describes! «Soñaba con perderme por los lugares más pobres del planeta y ponerme los zapatos de la gente pobre, quería ayudarlos y salvar sus vidas». La congregación te facilitó el camino para hacerlo. Primero, formándote; después, en Guinea Ecuatorial, donde estuviste diez años dando clases a los niños y más tarde como directora de una escuela. En el año 2008 llegaste a Haití y allí has entregado tu vida. Recorriste con una ambulancia los poblados más desolados para vacunar a los niños. Y cuando el terremoto destrozó el país en 2010, llevándose la vida de 350.000 personas y destrozando casi dos millones de casas, tú narrabas así lo vivido: «El temblor fue horrible, salimos a la calle y nos tiramos al suelo. Cuando paró, me di cuenta de que la escuela de Secundaria de al lado de casa se había caído y se oían gritos. Fui y había varios chicos muertos y una mujer con las piernas cubiertas con bloques pidiéndome ayuda. No la pude sacar. Hay tanta gente muerta que siento que estoy muerta con ellos. No sé por qué estoy viva, me da rabia estar siempre entre los que tienen suerte. No sé lo que quiere Dios de mí y de todo esto».
La Virgen María, a quien tú invocabas con frecuencia, puso en tu vida esa página del Evangelio que ha sido la que has querido vivir: la Visitación a su prima santa Isabel (cfr. Lc 39-56). En ella aparece un tríptico que refleja tres estampas de tu existencia y que expresa lo que hemos de hacer para vivir en plenitud como cristianos. Con palabras muy bellas nos lo dice el apóstol san Pablo. Estoy seguro de que las has meditado en muchas ocasiones y que son las que te hicieron escribir, pocos meses antes de dar la vida, ese poner la vida en manos y a disposición de Dios. ¡Cuántas veces las habrás meditado! «Por Él lo he perdido todo y lo considero basura, con tal de ganar a Cristo». Hermana Isa, Cristo te ha ganado, te ha llamado. Tu vida y tu muerte es manifestación de esta realidad: «Lo he perdido todo con tal de conocer a Cristo, de experimentar el poder de su Resurrección, de tener parte en sus sufrimientos y de llegar a ser semejante a Él en su muerte». Diste todo por amor a los hombres y lo quisiste mostrar con los más pobres, sufriste, tomaste partido por los sufrimientos de Cristo. Y Él te ha dado el gozo de identificarte dando la vida y de hacerte semejante a Él en la muerte. Paseabas por Haití haciendo el bien, como el Señor en Jerusalén. Y como Él prestaste la vida para vencer el mal a fuerza de bien, hasta dar la vida misma. Gracias.
Como decía, tu vida quiso identificarse con el itinerario de la vida de la Virgen en su visita a Isabel:
1. Como María te pusiste en camino. Siempre quisiste vivir en el camino por el que van los hombres. Atravesaste regiones montañosas, es decir, difíciles, pero siempre llevando a quien es la Vida, como la Virgen. Llevabas a Jesucristo. Quisieron robarte el bolso y diste la vida, la que Cristo había puesto en ti: su vida, su amor, su entrega, su fidelidad a Dios y a los hombres, te olvidaste de ti y pensaste siempre en los otros y en sus necesidades. Por eso, al igual que María, hacías sentir a quienes te encontrabas en el camino que Dios se acercaba a ellos. ¡Cuánto nos cuesta hacerlo a nosotros!
2. Dios te ha bendecido. Contigo se hicieron vida las palabras dirigidas a la Virgen por Isabel: «Dichosa tú porque has creído que lo que ha dicho el Señor se cumplirá». Y creer en el Señor es vivir de la fe, de la esperanza y de su amor. María hizo saltar de gozo al niño que estaba en el vientre de Isabel e hizo romper un grito a Isabel reconociendo que lo más grande para un ser humano es fiarse de Dios con todas las consecuencias. Diste ese gozo a esos 300 niños y adultos haitianos a los que el terremoto dejó mutilados y a los que tú, con tus manos y un poco de yeso y plástico, montabas prótesis para que pudieran volver a moverse y valerse. Tuyos eran los que atendías con la clínica móvil, los más pobres de los pobres. Tuyos eran los que esperaban una escuela en ciernes que proyectabas. ¡Qué vida! Tomabas la iniciativa y después dabas un paso atrás para que otros fueran los protagonistas. Y especialmente deseabas que el protagonismo lo tuviera siempre Jesucristo.
3. Como María has realizado el canto con las notas más bellas, «la misericordia de Dios que llega a todos los hombres» como dice el magníficat. Hermana, fuiste inquieta, decidida, apasionada, enérgica, tu mirada sonriente lo expresaba. Puerto Príncipe es el papel que el Señor te dio para escribir el pentagrama y las notas. Convertiste la ciudad en ciudad de la alegría y seguro que, con tus hermanas de congregación, seguirá siendo así. Tú nunca pensaste en abandonar el canto que habías comenzado y estoy seguro de que lo seguirás entonando. Esta vez de otra manera pero, como tú misma escribías, «sabiendo, creyendo y viviendo, que Dios nunca tira la toalla por nadie». Tú tampoco lo haces.
Con tus palabras se formula el credo de tu vida, que expresa la alegría del Evangelio: «¿Impasible Dios? Nunca he visto a Dios más presente y activo en mi vida. Grité de rabia y de dolor cuando me vi rodeada de muertos tras el terremoto, y yo viva. Después he tenido el privilegio de ver muchos milagros. Los haitianos me hacen más creyente y me exigen cada día ser más coherente con mi fe. ¿Misionera yo? No. No sé quién evangeliza a quién».
Gracias porque nos haces experimentar el gozo de la presencia de Cristo, la grandeza de un Dios que nos ama, que nunca nos abandona, que nos da lo que más necesitamos, la plenitud de la vida. Aquello que tan bien y con tanta fuerza formuló san Pablo cuando nos decía: «Así espero llegar a resucitar de entre los muertos».
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, arzobispo de Madrid
Fuente original: http://archimadrid.org/index.php/arzobispo/cartas/item/86888-en-la-mision-la-hermana-isa-sola-dio-la-vida-por-cristo