Queridos hermanos presentes en esta celebración: don Juan José, hermano en el episcopado; vicario general, vicarios episcopales, secretario general, arciprestes, delegados, presbíteros y diáconos; miembros de la vida consagrada; miembros del laicado; queridos todos, hermanas y hermanos.
Comienza un nuevo Año Litúrgico con el primer domingo de Adviento. Como pueblo de Dios, nos ponemos de nuevo en camino para vivir el misterio de Cristo en la historia, que es renovada por Él. Adviento es el tiempo de la esperanza, el tiempo propicio para reavivar en el corazón la espera de Aquel que viene a salvarnos. Tiempo de esperanza en un mundo complejo y lleno de conmociones provocadas por pequeños o grandes conflictos, y por la incertidumbre de un futuro que no podemos conocer ni controlar. Los cristianos, que formamos parte de este mundo, sufrimos también las consecuencias de los conflictos del presente, pero por encima de todo, tratamos de ser hombres y mujeres de esperanza.
Somos invitados a comenzar este nuevo Adviento abiertos a la esperanza, viviendo con intensidad los subrayados que la liturgia de la Iglesia nos propone. ¿Cuál es el punto de partida? El punto de partida es el convencimiento de que necesitamos ser salvados, y la certeza de que Cristo viene a salvarnos. En medio de una sociedad científica y tecnológica, capaz de conquistas inimaginables hace unos pocos años, una sociedad autosuficiente que da la sensación de pensar que no necesita salvación de nada ni de nadie; en medio de esta sociedad, nosotros celebramos el Adviento, celebramos la venida de Jesucristo que viene a salvarnos.
Adviento significa venida, la venida del Señor. Nos preparamos para conmemorar en la Navidad el inicio de su venida: El Hijo de Dios ya vino en Belén hace veinte siglos, viene a cada persona y a cada comunidad que estén dispuestas a recibirlo, y de nuevo vendrá al final de los tiempos. Entre la primera venida y la venida definitiva, el Señor se ha quedado en este mundo de diferentes formas: en la Eucaristía, en la Iglesia, en su Palabra, en los pobres, en los acontecimientos, en el corazón de los fieles.
Venir es hacerse presente. Se hizo presente en la tierra con la encarnación, naciendo de María Virgen, viviendo entre los hombres como uno de tantos. Se hace presente ahora por la gracia. Se nos hará presente en la visión y experiencia espiritual después de nuestra muerte cristiana. Está presente entre nosotros para que podamos alcanzar con Él la intimidad más perfecta. Para permanecer entre nosotros, para permanecer en nosotros como Él permanece en el Padre.
Adviento es también un tiempo de responsabilidad, de revisar nuestros deseos y confianzas, nuestras esperanzas y compromisos en la vida personal y en la de nuestras comunidades. Para vivir intensamente este tiempo litúrgico, y recibir todo el fruto que el Señor nos quiere conceder, es preciso que nos equipemos con las armas de la luz, tal como nos recuerda san Pablo en la segunda lectura (cf. Rm 13, 12). Estas armas son la palabra de Dios, la gracia de los sacramentos, los dones del Espíritu Santo y las virtudes teologales y cardinales. De esta forma podremos luchar contra el mal y superar el pecado. Al iniciar un nuevo año litúrgico, renovemos los propósitos de conversión.
Adviento es tiempo de oración y de espera vigilante. A la vigilancia nos exhorta Jesús en el Evangelio: «Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Mt 24, 42). Jesús, que vino a nosotros y nació en Belén, volverá glorioso al final de los tiempos, y viene continuamente en los acontecimientos de cada día. Por eso hemos de estar atentos para percibir su paso, su presencia, que siempre es salvadora. No permitamos que las preocupaciones materiales nos absorban hasta el punto de quedar atrapados en ellas.
Escuchemos la invitación de Jesús en el Evangelio y preparémonos para reavivar en el corazón el misterio del nacimiento del Redentor, que ha llenado de alegría el universo; preparémonos para acoger al Señor que viene continuamente a nuestro encuentro en los acontecimientos de la vida, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, en los éxitos y en los fracasos. Su paso es siempre fuente de paz y de esperanza.
Hoy presentaremos el nuevo Plan Pastoral Diocesano, al final de esta celebración. A lo largo del curso pasado hemos reflexionado y aportado propuestas, y se ha ido aquilatando su contenido a través de los diferentes Consejos e instancias diocesanas, desde la continuidad con los planes pastorales anteriores. Os invito a trabajar generosamente, todos juntos, sabedores de que el principal agente evangelizador es el Espíritu Santo. A la vez, este trabajo conjunto nos ayuda a buscar la voluntad de Dios, a crecer en comunión y sinodalidad, a conocer mejor la realidad en la que vivimos, a intensificar la conversión personal, a impulsar la renovación de nuestras comunidades, a organizar la acción pastoral, a fortalecer la corresponsabilidad, y a impulsar una nueva evangelización. Es necesario para cumplir todo esto disponer de los medios y de los métodos convenientes, de trabajar con constancia y de evaluar la consecución de los objetivos y las acciones propuestas.
Hago una invitación a todos los miembros de la comunidad diocesana. Debemos remar mar adentro, poniendo la confianza en la palabra del Señor (cf. Lc 5, 5); debemos cumplir la misión que el Señor encomienda aquí y ahora a su Iglesia. Este Plan Pastoral debe servir para que nuestra Iglesia de Sevilla sea más fiel a Jesús, llevando a cabo su misión propia y específica de la mejor manera posible y sirviéndose de todos los medios de que dispone.
La acción pastoral es la actualización que la Iglesia realiza de la acción salvadora de Jesucristo. Esta tarea implica diversas funciones, denominadas acciones pastorales o acciones eclesiales, es decir, ministerios de la Iglesia en distintos ámbitos de realización. Jesucristo es sacerdote, profeta y rey, y este triple oficio dio lugar posteriormente al triple ministerio de la palabra, de los sacramentos y de la guía pastoral. Estos ministerios se denominaron asimismo funciones pastorales: la profética o anuncio de la palabra, la litúrgica o celebración de los misterios de la fe, y la caritativa o servicio de la comunidad.
El Concilio Vaticano II lo expresa en múltiples ocasiones. Las acciones eclesiales quedan anunciadas de esta forma: el ministerio profético es servicio de la Palabra a todos sus niveles: evangelización, catequesis y homilía. El ministerio litúrgico es la celebración de los misterios cristianos en los distintos aspectos: la Eucaristía, los demás sacramentos y la liturgia de las horas. El ministerio hodegético es el servicio cristiano en la organización y dirección eclesial y la promoción caritativa integral como servicio cristiano en el mundo. En nuestro Plan Pastoral hemos recogido esta distribución, añadiendo un cuarto aspecto o dimensión: la comunión y coordinación diocesana, la corresponsabilidad y la sinodalidad, el recorrer juntos el camino.
Agradezco la colaboración de todas las personas que han trabajado en la elaboración de este nuevo Plan Pastoral Diocesano, especialmente a la comisión redactora, y lo pongo en manos de todos los fieles de la archidiócesis, con total confianza en Cristo resucitado, presente en su Iglesia; en el Espíritu Santo, que es nuestra luz y nuestra fuerza;, en María Santísima, madre y maestra; en nuestros santos Patronos, eficaces intercesores; y en todas las personas que conformamos la familia diocesana, responsables de llevarlo a la práctica. Con Nuestra Señora de los Reyes vamos al encuentro del Señor. ¡Duc in altum!
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla
Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora de la Sede, de Sevilla.
Primer Domingo de Adviento. Ciclo A. 27-11-2022.
Homilía de monseñor Saiz Meneses en la Presentación del Plan Pastoral (27-11-2022) 443.66 KB
Fuente original: https://www.archisevilla.org/homilia-de-mons-jose-angel-saiz-meneses-en-la-presentacion-del-plan-pastoral-diocesano-2022-2027-27-11-2022/