Nos acercamos a la Jornada del DOMUND, que celebraremos D.M., mañana, 23 de este mes de octubre. Jornada establecida para promover las misiones, orar por ellas y ayudarlas generosamente con la colaboración material de los fieles. Es una ocasión privilegiada para recordar a todo el pueblo de Dios y más aquí en Valencia, después de la Asamblea Diocesana que celebramos el pasado sábado 15 de octubre, para promover un Proyecto Pastoral Diocesano para una Nueva Evangelización la permanente validez y urgencia del mandato misionero, porque la misión atañe a todos los cristianos, a todas las Diócesis y parroquias, a las instituciones y asociaciones eclesiales» (RM, 2)
Celebramos la Jornada Mundial en estos tiempos que nos apremia y urge vivamente la misión y las misiones. Vivimos un mundo capaz de lo mejor y de lo peor, desde donde nos llega un poderoso y apremiante llamamiento a ser evangelizado. Aunque, con frecuencia las gentes de este mundo no parecen tener aquella visión que Pablo escuchó en sueños venida de Antioquía: «¡Ayudadnos!. La ayuda que se nos pide, como entonces, no es otra que la que podemos ofrecerles: el Evangelio, que es Jesucristo. «No tengo oro ni plata», dice Pedro al paralítico que le pide a la puerta del templo. «Lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo Nazareno ¡levántate y anda!». Esta es la riqueza que el mundo de hoy nos pide para que se pueda poner en camino, y andar hacia una realidad enteramente nueva, con una humanidad en verdad nueva, y con esperanza.
Cuando se vive la experiencia de Jesucristo, cuando se contempla su rostro, cuando se le conoce a Él en el trato de amistad, cuando se le sigue, dejándolo todo y teniendo a Él como único Dueño y Señor, se sabe que es verdad que Él es la verdadera y plena riqueza, que Él llena el corazón del hombre y sacia sus anhelos más hondos, que Él nos ha curado, que en Él encontramos alivio y esperanza, que sólo Él tiene palabras de vida eterna y nada merece que se le siga fuera de Él, que en Él se encuentra el perdón y la misericordia que necesitamos, que en Él encontramos al amor porque ha dado su vida por nosotros y ha venido a servirnos, que en Él está la reconciliación y la paz, la cercanía a los enfermos, el buen samaritano que se acerca al hombre malherido, despojado y tirado, que en Él se nos ha devuelto la dignidad perdida, una dignidad inviolable, la de ser con Él hijos de Dios, que en Él se descubre y aprende la grandeza de ser hombre lo que vale todo hombre, nuestro hermano.
El cristiano que así se ha encontrado con Jesucristo, no puede dejar de empeñarse por testimoniar su fe en Él, único Salvador del hombre, y hacer partícipe de esta dicha a sus hermanos, sobre todo a los más pobres, a los que no le conocen, a los que están lejos de Él, a los que necesitan de ese amor suyo, y a los que requieren ser liberados de las amenazas que pesan sobre el hombre.
La contemplación del rostro del Señor suscita en los discípulos la contemplación también de los rostros de los hombres y de las mujeres de hoy el Señor, en efecto, se identifica con sus hermanos más pequeños. El contemplar a Jesús, el primero y más grande evangelizador, nos transforma en evangelizadores. Nos hace tomar conciencia de su voluntad de dar la vida eterna a aquellos que le ha confiado el Padre. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, y Jesús sabía que la voluntad del Padre sobre Él era que anunciase el Reino de Dios también a las otras ciudades: para esto he venido.
Por esto, ante la Jornada del Domund de este año, quiero dar gracias a Dios por los miles y miles de misioneros, especialmente por los misioneros valencianos -sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos-, que han hecho de «las misiones» la razón de su vida, porque se han encontrado con el Señor y lo han visto en sus «hermanos más pequeños», y han partido para llevarles la gran noticia de que Dios está con ellos y que les quiere; para compartir con ellos el «gran tesoro» que colma todo; para decírselo con obras y palabras, entregando la vida en su favor.
Los misioneros, tan queridos y admirados por la comunidad eclesial, con su misma existencia, proclaman sin fin las gracias del Señor. No pocas veces este «sin fin» ha llegado hasta el derramamiento de la sangre ¡cuántos han sido testigos de la fe en el siglo pasado! Es también, gracias a su generosa donación, que el reino de Dios ha podido dilatarse. A ellos va nuestro recuerdo agradecido, acompañado de la oración. Su ejemplo es de estímulo y de sostén para todos los fieles, los cuales pueden sentir ánimo viéndose rodeados de un número tan grande de testigos, que con su vida y su palabra han hecho y hacen resonar el Evangelio en todos los continentes.
Al tiempo que oramos por nuestros hermanos misioneros, por las comunidades y por los hombres y mujeres a los que ellos sirven, elevamos también nuestra plegaria a Dios para que avive y anime a nuestra Iglesia, a nuestra Iglesia diocesana en particular, para que se fortalezca el sentido misionero, para que sintamos muy cercanas a las misiones y a los misioneros, y para que surjan y se consoliden vocaciones a la misión ad gentes, que sin miedo sean enviados a donde los hombres nos están pidiendo «la ayuda», es decir, el Evangelio: Jesucristo, con todo lo que Él es y entraña para todo hombre. Pidamos por el fortalecimiento de las misiones, porque tal fortalecimiento traerá, sin duda, paz a los hombres, mayor justicia, recuperación de la dignidad humana para todo hombre, salvación y liberación que Cristo trae a la tierra. Seamos asimismo generosos en nuestra ayuda material. También necesitan esta aportación nuestra.
Que sea este Domund ocasión propicia para potenciar, animar y promover en nuestra diócesis el espíritu misionero y el sentido de mayor solidaridad para con los misioneros, de manera particular, por cercanía, de los valencianos. Las misiones son, sin duda, una gran esperanza, la esperanza que es Cristo, Redentor y Salvador de los hombres.
Antonio Cañizares Llovera
Fuente original: http://www.archivalencia.org/contenido.php?a=6&pad=6&modulo=37&id=14525&pagina=1