El mes de mayo es el mes de María, es el mes de las flores, que ofrecemos con amor a María Santísima. Con ella compartimos el gozo de la resurrección de Cristo, su Hijo, que nos ha abierto de par en par las puertas del cielo, de la otra vida. Con ella preparamos la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, porque ella es Madre de la Iglesia, sobre la que continuamente viene el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, el que testimonia a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.
En Córdoba y en nuestras tierras, además, el mes de mayo es una explosión de vitalidad en la naturaleza, con flores en nuestros patios y por todos lados. Comenzamos el mes de mayo con la fiesta de las Cruces de mayo. Añora se lleva la palma. Todo el pueblo se llena de Cruces. En la ciudad, Cruces por todos lados, concurso de Cruces, fiesta por las Cruces de mayo. Vienen a recordarnos el triunfo de la Cruz de Cristo, convirtiendo el patíbulo de los condenados en trono de victoria y de esperanza.
La Cruz de Cristo ha florecido y continúa floreciendo en nuestras vidas. Allí donde hay dolor y sufrimiento, donde hay humillación y abatimiento, consecuencia del pecado personal o ajeno, la Cruz de Cristo viene a cambiarlo, sembrando esperanza y misericordia, alegría y victoria. El pecado y la muerte no tienen la última palabra, estamos destinados a la vida de gracia y a la santidad, estamos destinados a participar del cielo ya adelantado en la tierra por el triunfo de Cristo vencedor. La Cruz florecida es signo de esta victoria, de esa esperanza, de ese nuevo horizonte abierto por la resurrección de Cristo.
En el mes de mayo se agolpan las celebraciones festivas de la Virgen Santísima en sus múltiples advocaciones. De Linares, de Araceli, del Campo, de la Antigua, de Guía… Siempre la misma y única Madre de Dios y madre nuestra, María Santísima, con apellidos diferentes según los lugares, los momentos de la historia, los acontecimientos. María acompaña al Pueblo de Dios peregrino hasta la meta del cielo. María acompaña a cada persona en sus penas y alegrías, en sus gozos y esperanzas. María es la guardiana fiel de la felicidad de un pueblo.
El pueblo cristiano, nuestro pueblo cristiano vibra ante la imagen de María Santísima. Siente un estremecimiento ante su mirada, se siente seguro y protegido teniendo Madre, con Ella tiene garantizada una intimidad, que le conforta en los momentos de prueba y le estimula en los momentos de dificultad. Qué bonito es tener Madre, no permitamos que nos quiten a la que Jesús nos dio por madre junto a la Cruz, como el mejor de sus tesoros.
Profundicemos en el sentido de la madre, hoy que está tan devaluada esta realidad. Madre es la que acoge, la que cuida, la que ama gratuitamente, la que siempre está a tu lado. Cuántas madres se deshacen del fruto de sus entrañas antes de nacer, porque piensan que su hijo les va a traer más problemas que satisfacciones. Cuántas personas más débiles a lo largo de su vida están privados del cariño maternal cuando más lo necesitan. Cuántos otros en el declinar de la vida se convierten en un estorbo a eliminar cuando se los mira con ojos y corazón distintos a los de una madre.
María Santísima no dé a todos corazón de madre, que cuando la miramos y la rezamos nos dé entrañas de misericordia y capacidad de cuidar de los más débiles y necesitados. Jesús nos ha dado esta Madre para que no nos falte nunca y para que a nadie le falte nunca un corazón de madre que lo atienda.
Pedimos por las necesidades de la Iglesia, que está llamada a ser madre de todos nosotros, y especialmente de los más necesitados. Pedimos para que no falten vocaciones de personas que entregan su vida para prolongar esa maternidad de María y de la Iglesia sobre todos los humanos. Pedimos a la Madre del Buen Pastor, a la Divina Pastora, que envíe sacerdotes a la Iglesia, para que no nos falte nunca el cuidado de Cristo buen Pastor de nuestras almas.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.
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