Antonio Gil se hace eco de la solemnidad de la Inmaculada Concepción en su sección «Al Trasluz»
Estamos celebrando las Novenas de la Inmaculada, prácticamente en todas las parroquias y monasterios. La celebración de Maria Inmaculada encuentra plenamente su sentido en el marco del Adviento. Su figura nos hace volver la mirada hacia el proyecto original de Dios, quebrado por una libertad humana que se sitúa fuera del foco del Creador. En María se nos ofrece la promesa de la restauración definitiva de ese proyecto, porque Dios quiere y puede llevar a plenitud su obra en nosotros.
Alguien ha descrito hermosamente la esencia teológica de María Inmaculada, como “ese lugar plenamente humano donde la belleza de nuestra humanidad se ve rehabilitada desde su raíz”. El Concilio Vaticano II nos presenta a María, Madre de Jesucristo, como “prototipo y modelo para la Iglesia”, y la describe como “mujer humilde que escucha a Dios con confianza y alegría”. Desde esa misma actitud hemos de escuchar a Dios en la Iglesia actual. Necesitamos hoy, con urgencia, esta «sabiduría de la escucha». Quizá nuestras urgencias van hoy por otros caminos, y la persona humana aparece cada vez más desorientada, con más miedos y temores de futuro, ya que no se siente valorada, y por lo tanto, tampoco escuchada. Sintamos estos días de su Novena, la presencia de la Inmaculada. “En la mirada de María está el reflejo de la mirada de Dios”, nos ha dicho el papa Francisco, tiernamente.
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