Este domingo 8 de mayo, celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de Vocaciones Nativas. La vocación, la llamada, se produce siempre a partir de un encuentro, tal como sucedió con los primeros discípulos junto al lago de Galilea, y siempre produce sorpresa y una alegría profunda desde la intuición de que se entra a formar parte de un proyecto capaz de llenar de sentido la existencia.
La llamada del Señor no es una especie de intromisión en nuestra vida que acaba por anular la libertad personal. La gracia de la vocación y la libertad personal en la respuesta, no se oponen, y no sería válida la respuesta si no es desde la libertad, que el mismo Señor respeta. Se trata de una iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos invita a entrar en un gran proyecto. La historia de toda vocación cristiana y de toda vocación sacerdotal es la historia de un inefable diálogo entre Dios y el ser humano, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde. Este modelo de llamada y respuesta, de iniciativa de Dios y libertad responsable del hombre, aparece siempre en las escenas vocacionales a lo largo de la Sagrada Escritura y de la historia de la Iglesia. Ahora bien, hemos de subrayar que la iniciativa de la llamada pertenece a Dios.
El Señor no quiere que nos limitemos a recorrer el camino de la vida sin pena ni gloria, sin un ideal por el que valga la pena vivir y comprometerse con pasión, y morir si llegara el caso. El Señor llama a cada joven a algo grande porque sabe que el corazón de los jóvenes está sediento de felicidad, y esa sed sólo puede ser saciada por Dios. Está sediento de bondad, de belleza, de autenticidad, en definitiva, de un ideal de altura capaz de colmar su anhelo de infinito. En ese camino de búsqueda de sentido, el encuentro con el Señor provoca un cambio radical porque se ha hallado el tesoro por el que vale la pena darlo todo (cf. Mt 13,44), y ese hallazgo produce plenitud y alegría, y llena de sentido la existencia.
La vocación es una invitación a seguir a Jesús por el camino que Dios ha pensado para cada uno, el camino en el que se encontrará la felicidad, la alegría, la plenitud, y el camino por el que mejor podremos servir a los demás. Pero toda elección comporta un riesgo, el desafío de adentrarse en lo desconocido. Esta elección implica el riesgo de dejar todo para seguir al Señor y consagrarse completamente a él, para convertirse en colaboradores de su obra. Abraham lo arriesgó todo dejando su tierra, su patria, su heredad, la casa de tu padre, viviendo como un extranjero, hasta llegar a la tierra de la promesa. María comprometió su vida entera cuando recibió el anuncio del ángel, respondiendo con un sí confiado e iniciando una peregrinación de la fe. Lo mismo Pedro y Andrés, Santiago y Juan, y los demás apóstoles, que lo dejaron todo y siguieron a Jesús.
Celebramos el domingo del Buen Pastor, estamos saliendo de la pandemia y nos disponemos a comenzar una etapa nueva, de la mano del Señor, que “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5). Vamos a rezar con toda la intensidad del mundo para que muchos jóvenes tengan el coraje de entregar la vida por Él, la valentía de responder con generosidad a la llamada de Aquel que ha dado la vida por la salvación de todos, que nos invita a trabajar en la construcción de su Reino, que nos promete el ciento por uno y la vida eterna, que nos concede el gozo desbordante de una vida llena de sentido y de amor.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla
Fuente original: https://www.archisevilla.org/oracion-por-las-vocaciones-carta-pastoral-del-arzobispo-de-sevilla/