El arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, presidió este miércoles, fiesta de los Fieles Difuntos, una Misa en la iglesia de San Antón por las personas sin hogar «que tuvieron una muerte en la soledad, sin atención». En su homilía, incidió en que, como nos está repitiendo el Papa en este Año de la Misericordia, «Dios no se cansa nunca de amar, como no se cansa nunca de perdonar, como no se cansa nunca de estar al lado de los hombres». «Si el Dios que ha hecho todo lo que existe no abandona a nadie, ¿cómo los que decimos llamarnos y ser discípulos del Señor vamos a abandonar, incluso en los momentos más duros y difíciles, que es dejar este mundo y dejarlo sin sentir, a lo mejor, la mano amiga de alguien que nos acompaña?», se preguntó.
En este sentido, el prelado subrayó que todo ser humano necesita el amor, ilustrándolo con una historia de su época de arzobispo de Oviedo: «Una mujer de raza gitana de Mieres, de unos treinta y tantos años, me conoció y todas las semanas venía a verme y a pedirme… Ella vivía en las afueras de Oviedo y tenía un caballo muy viejo que había comprado. Un día estaba celebrando un funeral por el que había sido rector de la universidad de Oviedo ?ni este ni el anterior, el otro?, y estaba despidiendo a la gente, y ella llegó llorando, con un lloro tremendo. «Se ha muerte, se ha muerto», y yo creía que eran los padres o algún hermano suyo, que vivían en Mieres. Y le pregunto que quién había muerto, y me contesta: «¡El caballo! Que era lo que más quería yo, a él y a usted»». «Me di cuenta de que la necesidad del amor, la siente todo ser humano. Y cuando no lo encuentra en el ser humano, lo busca donde sea. Porque el amor es cosa de Dios. La necesidad de Dios la tiene todo ser humano, y Dios se vale de los demás para revelarse y hacerse presente», aseveró.
Este amor, según recordó, «está unido a la esperanza, no puede separarse». «La gente, las personas, todos nosotros, tenemos esperanza, y cada día más cuanto más sentimos que se ocupan los demás de nosotros», por lo que es importante «hacer memoria de ese Dios que se hizo hombre, que se ha hecho hombre, que ha pasado por uno de tantos, y de este Dios que incluso pasó por la muerte, y que ha conquistado para nosotros la vida». «Este Dios es del que hacemos memoria en este Día de los Difuntos», añadió.
«Los demás nos revelan el cariño de Dios»
Y a su vez, el amor y la esperanza van unidos a la «invitación a creer» que nos hace el Señor, a la fe. «Cuando tú regalas el amor, te acercas a Dios. Por eso, la invitación que nos ha hecho el Señor en el Evangelio a tener fe, a acoger este don que nos da, nos hace entender precisamente lo que nos decía el Señor hace un momento: que no tiemble vuestro corazón, ni se acobarde, creed… pero es posible creer en el Señor cuando también experimentamos la acogida que tiene de nosotros. Normalmente eso viene también a través de los demás; son los demás los que nos revelan el cariño de Dios», detalló monseñor Osoro.
«No hay fe verdadera sin amor y sin esperanza, no hay esperanza verdadera sin fe y sin amor, y no hay amor verdadero sin fe y sin esperanza. Se dan la mano. Esto nos lo hace ver Jesucristo. En Él ponemos la vida de tantos seres humanos que mueren solos, que están solos en el momento más sublime de esta vida: pasar de este mundo, pasar de esta historia. Queridos hermanos, es imposible que todo termine en la vida. Es imposible que quien ama nos deje a la intemperie, tirados. Lo vemos en nuestra vida, cuando hemos querido a alguien lo recordamos para siempre, para siempre. Si eso lo sabemos hacer nosotros, ¿cómo no lo va hacer Dios, que es eterno y su amor permanece?». concluyó.