La fiesta de Pentecostés, a los cincuenta días de la resurrección del Señor, supone siempre una lluvia abundante de gracias de Dios sobre su Iglesia, sobre cada uno de nosotros, sobre la entera humanidad. Estamos necesitados continuamente de esa gracia para poder sobrevivir y para crecer en la vida de Dios en nosotros. Por eso, llegada esta fiesta, gritamos con toda la humanidad: Ven, Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es la tercera persona del Dios único, que nos ha revelado Jesús. Brota del amor del Padre y del Hijo, es vínculo de amor, es el Amor personal de Dios. Cuando Dios ha llevado a cabo la obra de la creación y de la redención, el Espíritu que se cernía sobre las aguas originales, ha ido componiendo todo, haciendo del caos un cosmos. Haciendo del desorden una armonía sinfónica.
Cuando Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo- ha querido introducir a esa humanidad en el círculo de su intimidad, ha creado al hombre a su imagen y semejanza, dándole de su mismo Espíritu. El pecado es la mayor catástrofe de la humanidad, en la que Dios no nos ha abandonado a nuestra mala suerte, sino que ha salido a nuestro encuentro para redimirnos. Para eso, ha sido enviado el Hijo, que se hace carne en María virgen, se hace hermano nuestro y lleva a cabo la obra de la redención, por la muerte y la resurrección de Jesucristo. Y como prolongación de esa misión del Hijo, es enviado el Espíritu Santo, que interioriza la acción de Jesucristo y la lleva a cumplimiento.
Dios Padre lleva a cabo su obra con la misión del Hijo Jesucristo y con la misión del Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia. Precisamente, en la Iglesia Dios nos ha reunido formando una familia a semejanza de la familia trinitaria, en la que Cristo continua presente como cabeza y nosotros formamos parte de su Cuerpo como hermanos. Pentecostés es también la fiesta de la Iglesia, que nace con la colaboración de María en el cenáculo de Jerusalén, recibiendo del Espíritu ese impulso misionero de llevar a todos el mensaje y la gracia redentora de Cristo.
El Espíritu Santo derramado en nuestros corazones es la prenda de la vida futura. Es decir, trabaja en nuestro corazón hasta formar en nosotros a Cristo, hombre nuevo. Hasta llevarnos a la plena santidad e identificación con el Hijo. Llegada esta fiesta de Pentecostés se renueva la esperanza de nuestra santidad plena, como respuesta a la promesa y a los dones precedentes. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego.
Por eso, en este día de Pentecostés celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Este año con el lema: “Sigamos construyendo juntos. El Espíritu Santo nos necesita”. Alude a la sinodalidad, construir juntos, en la que todos tenemos que aportar nuestro grano de arena, y no ir cada uno por su cuenta. La unión hace la fuerza y potencia nuestras pobres aportaciones. Y señala que el Espíritu Santo nos necesita, necesita nuestra aportación. Más bien, somos nosotros los que necesitamos de él, pero él quiere necesitar de nosotros para rejuvenecer continuamente a su Iglesia con su dinamismo divino.
Nuestra época conoce una abundante floración de carismas, todos provenientes de la fecundidad del Espíritu Santo. En medio de este renovado Pentecostés, los pastores de la Iglesia nos invitan a potenciar la Acción Católica General, como lugar de los laicos de parroquia, y las demás especializaciones de la Acción Católica para evangelizar distintos sectores. Demos gracias a Dios por tantos carismas que embellecen la Iglesia, la rejuvenecen, la renuevan en su impulso misionero.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.
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Fuente original: https://www.diocesisdecordoba.es/carta-semanal-obispo/ven-espiritu-santo